BELÉN BARREIRO. DIRECTORA DE MYWORD Y EX DIRECTORA DEL CIS
OPINIÓN

El regalo de Luna

Belén Barreiro.
Belén Barreiro.
ARCHIVO
Belén Barreiro.

La primera vez que la cogí en brazos tenía apenas dos meses. A mí nunca me habían gustado los animales: los perros, de hecho, me daban miedo. En mi infancia, un caniche con muy mala leche se abalanzó sobre mi pierna y, pese a llevar botas de agua, encontró la manera de hincarme los dientes. Aun hoy no entiendo bien cómo me dejé convencer aquel día: de repente, ahí estaba en mis brazos, minúscula, toda blanca. Sentí de forma abrupta una intensa sensación de apego. Me pilló de sorpresa: "Te vienes a casa", le dije.

Han pasado casi ocho años desde entonces. El comienzo fue emocionante y laborioso. Hubo que enseñarle todo: a no hacer sus deposiciones por toda la casa, a dormir en su cama o a no aterrorizarse en las visitas al veterinario. Con ella, asumimos nuevas responsabilidades. Hay días que cuesta: si se llega tarde a casa, con mucho agotamiento y, pese a todo, hay que sacarla. Ella anticipa que toca paseo, coletea, la sonríes y no hay más que hablar: a la calle. Porque se la quiere. Y porque se le debe.

La presencia de Luna es un regalo. Al abrir la puerta de casa es la única que sale corriendo a recibirte con una alegría tan desbordante que parece como si hubiese transcurrido una eternidad, y no unas cuantas horas, desde la mañana. Cuando te ve triste, se te pega. Cuando lloras, te lame. Cuando clavas tus ojos en los suyos, te responde con la misma firmeza en la mirada. Y cuando la acaricias, ella se da la vuelta, se acomoda y disfruta. Nunca sé si sabe lo bien que sienta acariciarla.

Con ella, hemos cambiado. Las salidas al campo son ahora frecuentes. Si en una marcha nos encontramos un ternero o un caballo, se pone a la defensiva y ladra, mientras nosotros pensamos lo mucho que sus miradas nos recuerdan a la de ella. Porque con los animales, cuando se quiere a uno, brotan espontáneamente sentimientos hacia otros. Se produce una transformación profunda, que te acerca a ellos y a la propia naturaleza. Es algo involuntario, que ocurre incluso si no se quiere, aunque se ponga resistencia. Y cuando sucede, no hay vuelta atrás.

Los animales ocupan, crecientemente, un espacio propio en los hogares, muy distinto al que tenían cuando estaban exclusivamente al servicio de los humanos. La convivencia con ellos genera nuevas formas de empatía. Quiero pensar que los que así lo vivimos somos mayoría, pese a las historias que, con demasiada frecuencia, publican los medios sobre su abandono.

Lejos de ser criaturas puramente útiles, los animales viven hoy sujetos a un futuro azaroso: en muchos casos caen en manos de personas que los acogen, tratándoles, con sus especificidades, como uno más de la familia. Es entonces cuando aflora la empatía, nuestro lado más humano. Otras veces, sin embargo, tropiezan con un destino equivocado: el que les espera en las familias entrenadas en una forma malsana de opulencia, que no sienten que los cobijan, sino que los adquieren. Los animales se convierten entonces en bienes de consumo, víctimas de personas insaciables, responsables de forjar una sociedad demasiado acostumbrada a mirarse el ombligo.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento