Las que miramos la heteronorma, lo ‘normalmente’ aceptado, con sospechas en nuestra cotidianeidad, estamos acostumbradas a ver fallos del sistema, homoerotismos e incongruencias de género. Quizás las que están a gusto con el sistema de género normativo no sean tantas. O puede que ni siquiera sean mayoría. Somos diversas, y mucho.
El ultraempeño, tan ultra y tan empeñado, de entenderlo todo a lo Descartes (cuerpo/alma, bueno/malo, masculino/femenino) hace que todo sea entendible, pero es una simpleza. La realidad es mucho más rica, mucho más amplia, mucho más compleja, y mucho más entretenida.
Según P. Preciado y M. Foucault vivimos en una estructura binaria que es una ficción (biopolítica), donde la heterosexualidad sería obligatoria, según A. Rich; e incluso M. Wittig pone en cuestión que las lesbianas sean mujeres. Todo ello sería parte del mismo mecanismo político al que también pertenece el amor (normativo y romántico), otra idea muy nuevecita (esto, B. Vasallo) y útil para llevarnos al plano de ‘ay qué tierno’, que nos quita músculo, nos resta agencia. Porque si es por amor –qué esencialismo– ¡qué compren en Ikea!
El amor, love is love, es un intento grotesco y patético de meternos en su estructura mental, de querer entendernos en su idioma, con sus palabras y con sus conceptos. Están empeñados en gritar gol y esto es un show de natación sincronizada.
Y mientras tanto, el patriarcado opera, y asesina niñas y mujeres. Esto no es excluyente (por desgracia). Tampoco lo es el homonacionalismo y el uso de la bandera arcoíris para colonizar y ser racistas, ni el pinkwashing. Con todo esto convivimos, y, todo esto, habrá que abordar.
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