Pero si al final la cosa cuaja, viviremos de lujo. Eso seguro. Y aunque me pierde la ilusión y una ya se visualiza esperando en el andén el flamante tren que la llevará de vuelta a casa, a cubierto de la lluvia, me reservo las dudas de que llegue el día en que nos podamos subir a un vagón que no sea un regional de Renfe. Dada la tendencia histórica de esta ciudad a quedarse a medias en casi todo, bien podría suceder que al final tengamos que conformarnos con unos viajecillos en el tren turístico a orillas de la ría.
Invertirá 200.000 euros en estudiar la viabilidad del proyecto y los vigueses podremos olvidar por fin los odiosos atascos que le agotan la paciencia a cualquier santo. Desde luego que para disfrutar de este medio de transporte tan de moda, que nos equipararía a ciudades como Bilbao o Valencia, tendremos aún muchos años por delante para volvernos locos un rato buscando aparcamiento en el centro, pagando las multas de la doble fila o haciendo pierna de un lado a otro de la ciudad.
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