Sin el arte, Laura no sería. Es probable que ni siquiera existiese. Su banda sonora es una sonata. Sus padres son pianistas y a ella le quedan 3 años para licenciarse en el conservatorio. Además, estudia grabado, hace fotos, dibuja y toca el chelo por su cuenta.
Nació en Pécs (Hungría), pero vive en España desde los 4 años. De pequeña, mientras su padre tocaba, Laura jugaba con su juguete favorito, un gusano de colores, bajo el piano de cola, para escuchar las notas saliendo a través de la madera. Ahora se siente la misma, pasa horas tocando en las cabinas de ensayo. Para entrar en la pieza que interpreta, imagina una historia que recrea cuando toca. Ahora está practicando Funerailles, una pieza de Liszt. Imagina una película completa: en un pequeño pueblo vive una madre, su único hijo, que acaba de morir, es trasladado en el ataúd. Laura inventa los recuerdos de la mujer, el dolor... Los dibujos mentales la ayudan con la partitura.
Le aterra perder el tiempo, el reloj avanza y ella lo mira con desdén. Quiere vivir hasta los 98 años: «100 sería demasiado y el 99 no me gusta. Lo que me da miedo es morir sin haber hecho todo lo que quiero. Pintaré y tocaré hasta que mi cuerpo lo permita».
Esta mañana, Laura se levantó a las 5, como todos los días. Al incorporarse sufrió un mareo tan grande que se cayó. En urgencias le dijeron que era agotamiento. Una palabra desconocida para Laura Bodó, que, citando a Ghandi, quiere «vivir como si fuera a morir mañana y aprender como si fuera a vivir para siempre».
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