Prague burlesque

Detrás de la postal turística, la capital checa esconde una escena en ebullición que está recuperando un género olvidado pero que encaja a la perfección en la cultura de nuestros días: el burlesque. Recorremos locales escondidos y charlamos con sus protagonistas en este diario de viaje de la cantante, fotógrafa y agitadora Flo (Femme Fatale).
Prague Burlesque
Prague Burlesque
Florencia Serrot
Prague Burlesque

Conocí a Monique Le Fleur en mi casa de Madrid. Se acababa de convertir en la flamante prometida de mi amigo Steve Morell, dueño del sello de música electrónica Pale Music de Berlín. Como Steve tenía un bolo en Madrid pinchando en un club, Monique vino con él. Y se quedaron en casa, por supuesto.

Monique es una mujer bellísima. Ojos verdes rasgados, piel nívea cubriendo una estilizada figura de bailarina. A Monique, cuyo acento me recuerda a como hablaba Greta Garbo el inglés en las películas del Hollywood de los años cuarenta, le encanta vestirse con chaquetitas entalladas de astracán, medias de seda con costuras en la parte posterior y altísimos tacones. Y sin llegar a tener veinte años, es una de las fundadoras de la compañía de burlesque de su ciudad, Praga, capital de la República Checa. «Me encantaría retratar tu compañía y conocer la nueva escena creativa de tu ciudad», le dije en una cena en casa. «Ven a Praga cuando quieras, Flo, te sorprenderá seguro. Yo siempre hablo de lo mágico que es lugar de donde vengo y, sin embargo, hay mucha gente que se cree que todavía el este de Europa es otra galaxia». Y bajo esa premisa quedamos en encontrarnos cuando tuviera su próximo espectáculo. Yo viajaría desde mi nuevo lugar de residencia, Múnich, para retratar su realidad.

Llegada a Old Town

Claro, pensaba en el camino, las mujeres checas son famosas por su belleza. Praga, la cerveza, la cantidad de clásicos literarios, Milan Kundera y su La insoportable levedad del ser, las localizaciones habituales de sus escenas. Y sus protagonistas, intelectuales enamorados de violinistas con un halo de decadencia y sublime elegancia. Pero eso sí, debo admitir que no estaba preparada en absoluto para desmembrar la cantidad, apabullante, de belleza que iba surgiendo ante mis ojos a medida que nuestro jeep iba recorriendo el pavimento.

A Praga hay que llegar de noche, a ser posible escuchando el jazz que pongan a las once de la noche en una estación de radio checa, para que se produzca el efecto de estupefacción máxima. ¿Pero dónde estamos? El río Moldava corta majestuoso la ciudad en dos, separando la Antigua Ciudad y su arquitectura barroca-rococó centroeuropea de la Nueva Ciudad, cuyos edificios art noveau, algunos de ellos pintados por Alfons Mucha, tuvieron la suerte de no ser destrozados por las bombas de las guerras mundiales. Un lugar especial desde cuya estación central todavía parte el Orient Express con dirección a Asia.

Y tomarte un café mientras esperas leyendo a que llegue tu tren rodeada de estatuas diseñadas por el arquitecto Josef Fanta, padre del art noveau checo.

El deslizar del coche por el pavimento, la bruma sobre el puente Karluv Most y sus diminutas bombillas anaranjadas, los escenarios de Rilke y Kafka. Estamos en Bohemia, así es como se llama esta parte del mundo.

Empieza la noche burlesque

«Alcron Hotel. Empezamos a las diez. No llegues tarde», me espeta Monique por teléfono. Esta noche el show tomará un hotel del centro. Interesante. Mujeres con nombres artísticos como Stephanie Van Der Strumph, Tessa von Esther o Lady Mousellyca acompañan a Monique en el escenario. Más de diez chicas que desgranan delicadamente bailes con regusto retro y una belleza que, por suerte, nunca se aproxima a resultar vulgar.

Que corra el champán sobre canciones como la Venus in Furs de la Velvet Underground y las voces de Nico y Marilyn Monroe como base de los bailes de las chicas. O mejor, que corra el Bohemian Sekt, el champán que hacen en la zona, «porque estamos en Bohemia y es con lo que nosotros brindamos», como afirma Monique. El backstage, los cambios de ropa, las películas de Bette Davis proyectadas en inmenso tamaño durante las pausas. Un pequeño micromundo lleno de magia.

Praga está muy viva

«Durante años no había sucedido nada en la ciudad. Quizá algún concierto, alguna fiesta al mes. Pero hace un par de años empezaron a llegar más extranjeros que se quedaban a vivir aquí. Muchos de ellos venían de gira para tocar con grupos de música y se enamoraban de alguna mujer checa. A partir de entonces empezaron a suceder más cosas. Pese a ello, todavía nos queda bastante para decir que tenemos una escena establecida. Tanto, que incluso el público no está preparado para un espectáculo como el nuestro y por eso no tenemos un sitio fijo», comenta Monique en el camerino.

«Al principio los dueños de los locales se creían que íbamos a hacer striptease. Les decías “no somos chicas desnudas, lo que hacemos es burlesque”, y no entendían nada. Por eso vamos rotando los lugares en donde hacemos los espectáculos, para evitar de nuevo tener que explicar, por quinta vez en una noche,  lo que no somos. Que piensen lo que quieran».

Llama la atención que sea un grupo de mujeres jóvenes, algunas todavía estudiantes como Monique (de Artes Escénicas y Pantomima en una escuela de arte de la Ciudad Antigua; algo que, por cierto, creo que sólo podría estudiarse en este lugar), las que pretenden fomentar un cambio en la ciudad mediante acciones como la creación de la compañía Prague Burlesque. Un cambio que se produce de forma soterrada y que tiene sus frutos en otras iniciativas como el club Segunda Planta y el restaurante Lokal, lugares de los que hablaremos más adelante. Antes tenemos que situarnos.

La calle Dlouha

Lo primero, y para dar con la gente interesante de la ciudad, tendrás que llegar a la estación de metro Namesti Republiky y encontrarte con la zona art decó y modernista de la ciudad y sus hordas de turistas. Pero que no te entre el pánico, pues en cuanto encuentres la calle Dlouha te sentirás a salvo. Es como si llegaras a Madrid buscando Malasaña y lo primero que vieses fuera Callao. Te parecería lo peor. Hay que buscar un poquito hasta dar con los spots escondidos e interesantes de las ciudades.

En cuanto sales del gentío y llegas a la calle Dlouha aparecen los cafés llenos de gente joven, restaurantes, tiendas y el club Roxy, con enormes letras de luz sobre su fachada. El Roxy fue el club alternativo durante los años noventa en la ciudad checa. Pero nosotros no vamos a entrar ahí. Si te sitúas frente al Roxy y te fijas a la derecha de la discoteca, tras un par de restaurantes, verás un pequeño pasadizo oscuro. Ahí es donde vamos nosotros. Un pequeño pasadizo oscuro que atravesándolo te hará llegar a un espacio que te recuerde al patio que podrías encontrar en un monasterio de monjes capuchinos. También verás una escalera. Y por supuesto, ningún cartel indicando nada. Pues sube las escaleras hasta el segundo piso, llama a la puerta y espera a que te abran.

Si lo consigues, acabas de llegar al Segunda Planta, el mejor club que posee en estos momentos la ciudad. Altísimos techos con apliques de verdadero art noveau e inmensas bolas de discoteca colgadas. La gente joven de la ciudad bailando hasta mínimo las seis de la mañana y casi todos bebiendo lo mismo: cerveza checa o vodka con zumo de fresas. «Me encanta, Monique. Es alucinante», le digo mientras estamos entrando. «Sabía que te iba a gustar. Aquí venimos a bailar. Lo abrió un colectivo de artistas plásticos hace menos de un año», contesta Monique entre trago y trago de su vodka color fresa.

Yo, entre la música y las enormes fotografías en blanco y negro de las paredes y el ruido y el vodka y el Bohemian Sekt y el parqué hermosísimo de caoba, me imagino quién habría sido la persona que mandara edificar ese palacete, hace unos 150 años, cuando todavía Centroeuropa era un lugar de residencia de intelectuales y artistas pródigos en literatura, arquitectura, pintura y música clásica. Años antes de que se instalara el comunismo que no gustaba de rasgos de opulencia y la caoba y el ruido y el vodka y el Bohemian Sekt y las elipsis de la historia. Tiene que ser en el 2010 cuando la joven sociedad creativa de Praga haga suyo el lema Al pueblo lo que es del pueblo sin que nadie se lo imponga. El Segunda Planta, no lo olvides.

El restaurante Lokal y los cafés

Kavarna. Así es como se dice café en checo y es una palabra que aprenderás bien rápido una vez llegues a la ciudad. Sí, el plan de irte a un cafecito a tomarte algo y leer o escribir es aquí muy común. Y si llegas a Praga en invierno, más, porque hace frío, y bastante.

Por último, una recomendación personal: cenar en el restaurante Lokal, al que llegamos cuando hacía escasas semanas estaba abierto. No tienen carta en inglés, pero no te va a importar en absoluto al ver que está decorado como si fuera el interior del comedor de un campamento de verano de la rusia comunista en los años sesenta. ¿Mmmm? Acuérdate del Berlín del este que aparecía en la película Goodbye Lenin y sabrás a lo que me refiero. Y la comida, deliciosa.

Y, ¿por qué no asumirlo?: me encanta lo exótico que resulta señalar en la carta lo que aparece escrito bajo esa maravillosa tipografía checa como Slepici polevskas domanici nudlemci sin saber qué es y que te traigan una sopa de pollo con fideos que te recomponga el cuerpo después de tantas emociones juntas.

Detalles como ésos son los que al final se quedan en el cuaderno escritos para no olvidarlos.

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