Dibujos con veinte mil años de antigüedad, representan a un hombre, en actitud de adoradora suplicación, ante una mujer de mayor estatura que él, con perifollos y un triangulo sexual bien visible, a la cual ofrenda regalos. Es posible que en aquella época la venalización del acto sexual no hubiese sido impuesta por la mujer, sino más bien considerada por el hombre como una ofrenda a aquella que poseía las virtudes esenciales de su gozo.
Después vinieron los sacerdotes, los proxenetas y los hipócritas. ¿Cómo concluir ahora? ¿Diciendo, quizá, que la prostitución es un abominable complejo que intenta, mejor o peor, disimular una monstruosa hipocresía burguesa en cuya base (de botella), nos hallamos todos más o menos implicados?
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