El Richard Hawley más sombrío y atormentado desnuda su alma en Madrid

  • Impresionante actuación del crooner inglés en la sala Heineken.
  • Su faceta melancólica presidió; Soldier On y Run For Me, cénits.
  • Alondra Bentley le antecedió con una mágica actuación de tintes folk.
Richard Hawley, en la sala Heineken.
Richard Hawley, en la sala Heineken.
SILVIA MANZANO
Richard Hawley, en la sala Heineken.

Existía mucha expectación por ver a Richard Hawley en nuestros escenarios, no en vano en Madrid se agotaron las entradas. Live Nation hizo posible el deseo, con una gira que aún recalará en Coruña, Barcelona y Valencia. Y es que este peculiar músico inglés se ha reinventado con mucho acierto en la primera década del nuevo milenio, hasta llegar a firmar una de las discografías más rotundas y elegantes que ha ofrecido la música tras los gloriosos 90’s.

Antiguo miembro de Longpigs y componente ocasional de Pulp, pocos sospecharían su nuevo cambio de rumbo. Hawley, dispuesto a ofrecer al mundo sus entrañas, cambió el inofensivo brit-pop, a ratos acertado y a menudo cargante, del grupo de Jarvis Cocker por la melancolía más lacerante y vintage de crooners como Frank Sinatra o Roy Orbison y debutó con una pequeña maravilla homónima en 2001, que inauguraría una sólida carrera, hasta la fecha iluminada por seis notabilísimos discos.

<p>Alondra Bentley</p>La sala Heineken, antes de servir de santuario a las arrastradas tonadas de Hawley, albergó un estimulante aperitivo, un pequeño concierto de Alondra Bentley, posibilitado por I'm An Artist. Pese a su declarada afonía, esta cantautora inglesa y afincada en Murcia, que debutó el año pasado con Ashfield Avenue, se las arregló para redondear una actuación mágica, muy convincente, y presidida segundo a segundo, acorde a acorde, por una voz angelical, llena de matices, y que imprimía mucha personalidad a un cancionero desnudo, íntimo, y de talante folk. Ella se excusaba constantemente por lo limitado de su voz, pero cuántas quisieran lucir un chorro así, y que jamás tendrán aunque veinte productores se afanen y mil medios de comunicación lo pregonen.

Intimismo feroz

Tras el entrañable entremés, y un tenso compás de espera, la banda de Hawley irrumpió ante la audiencia, con el héroe a la cabeza. Los que esperaban un concierto complaciente, ligero, propicio para dar palmas, saltos y sonreír, a los cinco minutos comenzaron a desear que se les tragara la tierra. Porque el adusto cantautor y sus acompañantes ejecutaron una actuación exquisitamente densa, compleja; un concierto presidido por la gravedad, la melancolía, el intimismo más sangrante y furioso.

Evidentemente, un mediocre jugando a tomarse tanto en serio hubiera incurrido en el ridículo, pero con el crooner más lúcido del momento junto al inalcanzable Chris Isaak no ocurrió nada de eso, ni nada parecido. Uno podía conectar más o menos con lo que veía, pero era incapaz de ignorarlo, de admitir la apabullante tormenta sónica que el grupo desató. A veces costaba hasta respirar, dada la escalofriante intensidad de la actuación.

Una pequeña luz colocada junto al micrófono de Hawley iluminaba unos folios con sus letras, a la vez que cegaba ocasionalmente a la audiencia. Fue una bonita metáfora de lo que sucedió en la sala. Hawley, inflamado por esa arrogancia británica que a algunos les convierte en bufones pero que a él le sienta como un guante, se parapetó en su faceta más oscura, en las melancólicas atmósferas de su último disco, Truelove’s Gutter, y no sintió la necesidad de contentar a los cazadores de hits. Así, dos canciones de indudable gancho como Tonight The Streets Are Ours o Serious, por ejemplo, y que muchos apostaron que harían temblar los cimientos de la Heineken, no sonaron, y ni falta que hacía.

Sincera actuación

Otras composiciones igual de meritorias pero más ariscas como As The Dawn Breaks, la primera de la velada, o la exquisita Ashes On Fire marcaron la pauta a seguir. Se dice que Hawley atraviesa un momento vital duro, hiriente, como atestigua su citado último trabajo, sin duda el menos accesible de su carrera, y, si es así, el directo no fue más que una prolongación de su delicada existencia. Pudo gustar más o menos, pero fue una actuación insultantemente sincera.

Así, tras una hora y media de excelsa demostración de cualidades, y aderezada con un escalofriante bis final con The Ocean, Hawley y su banda, que dio un recital de percusión y cuerda verdaderamente atronador, se despidieron y desvanecieron entre las tinieblas. Hubo dos momentos, además del citado bis, para presenciar de rodillas: Soldier On, con una desbocadísima progresión, algo inaudito, y Run For Me, quizá la más emotiva de la velada. Aunque es difícil desmenuzar algo de naturaleza tan compacta, tan intachable. Tardaremos en ver algo igual.

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