John Carlin: "Clint Eastwood transmite serenidad, buen rollo"

  • Es autor del libro 'El factor humano', en el que se basa 'Invictus'.
  • Dirigida por Clint Eastwood, se estrena este viernes en España.
  • Carlin nos habla del director, de Nelson Mandela y del periodismo.
El periodista John Carlin, autor de El factor humano.
El periodista John Carlin, autor de El factor humano.
Andreu Dalmau/EFE
El periodista John Carlin, autor de El factor humano.

Le leemos todos los lunes en el diario El País con su columna de El córner inglés, y ahora habla sobre El factor humano, su libro sobre Nelson Mandela y cómo el político aprovechó el mundial de rugby de 1995 para unir a la población de Sudáfrica. Invictus, la película dirigida por Clint Eastwood basada en el libro, se estrena en España este viernes.

¿De dónde surgió El factor humano?

Tras trabajar muchos años en Sudáfrica como corresponsal, en 2000 empecé a darle vueltas a la idea de escribir un libro sobre Mandela, pero tras un largo periodo de gestación no lo empecé hasta febrero de 2006. Entonces escribí doce páginas resumiendo la idea, para que mi agente en EE UU buscara alguna editorial americana que me lo comprara. Cuando conseguimos una, me sentí satisfecho, y después mi agente me propuso enviar esa misma sinopsis a Hollywood. Para mi sorpresa, alguna productora se interesó por la idea, y llegué a tener varias reuniones.

Y entonces apareció Morgan Freeman...

Mientras negociábamos con los estudios, viajé a Missisipi en junio de 2006 para hacer un reportaje sobre los estragos del Katrina.  Alquilé un coche, fui a un pueblo elegido casi al azar y, por casualidad, en ese mismo momento estaba aterrizando Morgan Freeman en su avión privado. Increíble. Pero todavía lo fue más que mi único contacto en el pueblo también conociese a Freeman. Organizó una cita y ahí le hablé de mi proyecto sobre Mandela.

Un personaje perfecto para el actor.

Freeman llevaba mucho tiempo buscando un buen guión para encarnar a Mandela, sí. Y quería lo mismo que yo quería conseguir en el libro: hablar de él de manera amena, digerible, para un público amplio que no fuese un experto en África. Morgan consideró que mi historia era la que estaba buscando. Hablamos toda la noche, me dio su correo electrónico y, al despedirse, me dijo que seguiríamos en contacto. Meses después firmamos un acuerdo con su productora, que me compró los derechos de un libro que todavía ni estaba escrito.

¿Y ahí nació la película?

Yo tenía todas las entrevistas grabadas, la materia prima para escribir el libro, cuando vino a España el guionista de la película, Anthony Peckham, para escribir el guión. Estuvimos una semana dándole vueltas y, cuando lo teníamos terminado, se lo enviamos a Freeman. Le encantó. Y entonces decidió pasárselo a su amigo Clint Eastwood, al que también le gustó. Nada más leerlo, decidió que lo filmaría. En agosto de 2007, todo había superado a cualquiera de mis fantasías: no sólo habría película, sino que además la dirigiría Eastwood y la protagonizaría Morgan Freeman.

¿Hasta qué punto se siente responsable de la película?

Siendo absolutamente honesto, tras esa semana hablando con el guionista me desvinculé del proyecto. Me hicieron alguna consulta, pero poco más. Me invitaron al rodaje, pero fue por una cuestión de simpatía, de cortesía, porque no había ninguna necesidad. Yo no sé nada de Hollywood, de cómo se hace una película, así que no tenía ningún sentido intervenir. Es como si Eastwood me llega diciéndome cómo se escribe un artículo en El País: le mando al carajo.

Hablando de Eastwood, ¿cómo es?

Tuvimos tres o cuatro encuentros durante el rodaje, y una larga charla en París. Desde el principio me cayó muy bien. Es una persona muy serena, con un humor algo seco. Es como te lo imaginas viendo sus películas: no muy efusivo, pero educado, cortés. Me llamó la atención su serenidad, considerando que estaba al frente de algo tan enorme como dirigir una película como Invictus. Es todo lo contrario a un director histérico: transmite serenidad, buen rollo. Hablando con él, parece un tipo muy cómodo consigo mismo. No hay inseguridad debajo de la fachada y de la fama, es un placer estar con alguien tan sereno. También me atrajo su admiración por Mandela. Es una figura que le resulta asombrosa, y no paraba de repetirlo.

Una reciente biografía, sin embargo, ofrece una cara bastante más negativa de él...

Lo sé, y me sorprendió bastante. No tenía nada que ver con el Eastwood que yo conozco, aunque quién sabe... ¡Quizá yo soy un pésimo juez de personalidades ajenas! Conmigo estuvo atento, cortés. En el rodaje conoció a mi hijo, jugó con él... No hizo el tipo de cosas que cabe esperar en un gilipollas.

¿Qué sintió cuando se sentó a ver la película?

Estaba muy nervioso. Aunque confiaba en el guionista, en Freeman, en Matt Damon, en Eastwood, había algo cobarde en mí que temía que no estuviese bien. Era consciente de que iba a ser mi experiencia más extraña en un cine: ver una película sobre un libro tuyo... Pero no lo fue. Al poco rato, mi actividad racional, crítica, se detuvo. Me sumergí en la historia, como el resto de los espectadores. Me cautivó, y algunas escenas me conmovieron bastante. La ansiedad desapareció, sobre todo, por el trabajo de Freeman. Es la clave. Conozco a Mandela, y me impresionó, me encantó. La película retrata muy bien, además, el espíritu que en ese momento vivía Sudáfrica.

¿Cómo es el Mandela de la película?

Ciertas expresiones faciales están calcadas. Freeman transmite esa especie de monumentalidad de Mandela. Comunica una personalidad muy parecida: hasta la hija de Mandela, con quien vi la película, pensó lo mismo. También supieron transmitir el lado humano del político. No es un héroe épico, no es Brad Pitt en Troya, sino que tiene un lado oscuro: su familia, el no haber podido atenderla como él habría deseado. Tuvo que elegir entre ser el padre de su patria o el de sus hijos, y se quedó con lo primero. Creo que todo aparece, de forma sutil pero contundente, en la película.

Igual que Mandela sacrificó esa vida familiar por un sueño político, ¿ha renunciado usted a mucho por su profesión?

¿Qué quieres, que te cuente mi larga historia de desamores? Tengo 53 años y un hijo de 9, así que es verdad que esperé un buen rato. Tener hijos antes me hubiera jodido mi plan vital. Por ejemplo, no habría podido trabajar como lo hice en Sudáfrica: para seguir a Mandela, para retratar ese país en 1989, había que correr muchos riesgos. Pude hacerlo porque no tenía un niño. Hace menos tiempo, cuando mi hijo tenía tres años, me ofrecieron ir a Irak para escribir sobre la guerra. Me negué: no iba a dejar que me matasen, no quería dejar a mi hijo sin padre. En otras ocasiones le di prioridad a la aventura, a hacer cosas intrépidas, pero mi sacrificio no fue comparable al de Mandela. En cuanto a ahora... Mi hijo es lo más importante de mi vida. Más que el periodismo, los libros o la película.

Un hijo que, por cierto, se llama James Nelson.

Su madre es sudafricana, y queríamos que de alguna forma recuerde cuál es el país de su madre. Aunque nunca llegue a vivir allí.

Volviendo a la película, ¿hasta qué punto puede el deporte unir a una nación?

Como espectador, el deporte tiene un componente muy especial: logra que la gente suspenda su actividad racional. Te vuelve tribal, primario, pura emoción. Si te paras a pensar un segundo es ridículo que millones de personas, racionales, sufran tanto por lo que pueda hacer su equipo. Lo que haga un grupo de tipos a los que ni siquiera conoce en persona se convierte en un asunto de vida o muerte. Es algo irracional, muy loco. Lo que Mandela supo entender fue eso: que en ese momento de pura emocional eres más susceptible a ciertos mensajes. ¿Sabes cuándo se dio cuenta Mandela? En Barcelona, en en los Juegos Olímpicos de 1992. Había salido hacía poco de la cárcel, y le fascinó ver como todo el público, y daba igual que fuese catalán, madrileño, o de dónde fuese, animaba al equipo español. Entendió que en el deporte había algo muy especial, y Mandela es un genio de la política. Supo ver una oportunidad donde otro habría visto un problema. Tres años después, el Mundial de rugby llegaba a un país divivido. Para otro político, eso habría sido un problema, una mierda, algo que habría que capear con la mayor dignidad posible. Pero él vio una oportunidad de hacer algo espectacular. Hay una cita en la película de Mandela: "El deporte mueve más sentimientos que cualquier político". Y es cierto. ¿Cuándo sale a relucir con más fuerza el orgullo, el patriotismo? En la guerra, en el deporte. Es el mejor barómetro para medir la unidad nacional, la identificación.

Con todo lo que me está diciendo, y siendo autor del libro Los ángeles blancos y los artículos de El córner inglés, ¿para cuándo una gran novela sobre fútbol?

¡Es una gran idea, porque además no hay ninguna buena película sobre el tema! Hablando el otro día con Michael Robinson, comentábamos lo mucho que había cambiado el fútbol. Cuando él estaba en activo, los futbolistas cobraban también más dinero que el resto de la gente, pero eran más accesibles, más humanos. Ahora parecen dioses de otra galaxia. Así que para hacer una buena novela sobre ellos habría que hablar sobre todo lo nuevo que ha entrado en el fútbol: sus espectaculares mujeres, las increíbles cifras que manejan los jeques que compran equipos, los empresarios que a través del fútbol mueven oscuros intereses... ¡Gracias por la sugerencia!

BIO. Nació en Londres en 1956. Es periodista y autor de varios libros como Los ángeles blancos o El factor humano. También ha colaborado con diversos diarios de información, como London Observer, Independent, Sunday Times y New York Times. Actualmente escribe en El País.

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