Si algún peatón se ha paseado bajo las primeras lluvias de otoño por el renovado entorno de La Alameda, aparte de vallas y demás obstáculos decorativos, seguro que se ha dado cuenta de que alguien ha olvidado un pequeño detalle en ese monumental proyecto: para estar bien por fuera, hay que estar bien por dentro. Y esas calles siguen con las arterias atrofiadas.
Bajo la espléndida capa de adoquín milimetrado y maceteros en flor, la red de alcantarillado es un vestigio arqueológico romano que se ha cansado de beber y más bien escupe, tanto, que a uno se le inundan los bajos, la humedad le llega hasta el tuétano y a la piel le salen escamas. Y es que, si para presumir de ciudad hay que sufrir, se sufre, pero sufrir para nada...
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