Calidad de vida, y un higo

Al calor de la flamante normativa urbanística regional, los ayuntamientos se han desmadrado.
Veinte mil chalés colmena en suelos no clasificados que, al precio de árboles, tiempo, distancia, intimidad, falta de infraestructuras o despoblación de una urbe imposible, garantizan golf y calidad de vida para todos.

¡Y un higo! Me perdonarán, pero disiento. La razón del disentimiento estriba en que lo que ellos (promotores privados) y los ayuntamientos llaman «adaptación de los Planes Generales de Ordenación Urbana», a mí, y a un grupo cada vez más numeroso de analistas sociales apoyados en la economía crítica y en la reflexión ecológica, no nos lo parece.

Es más, creemos que ese monstruoso crecimiento urbanístico y la riqueza que genera implican la reducción de las competencias de los municipios sobre la gestión de sus propios recursos a favor de los grandes tiburones, perdón, inversores, cuyos intereses, miren ustedes por dónde, encajan con los de los ciudadanos, como en un santo dos pistolas. ¡Y mira que hay santos guerreros!

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