Suban conmigo

Suban al tren. Éste que me lleva tarda dos horas y cuarto en cubrir el trayecto de A Coruña a Vigo, o viceversa.
No es un ave, evidentemente, pero ya da un salto en el tiempo: los regionales comunes emplean más de tres horas en la misma distancia. Renfe nos cura de vértigos antes que del espanto de sus desfases. La alta velocidad es en Galicia un futurible que llena la boca de los políticos mientras sigue vaciando de pasajeros los trenes del presente.

Es nuestro tren de vida, que no es precisamente una vida a todo tren, pero se hace lo que se puede. Parecería que nos hubieran estancado en el modelo Orient Express, en larga y azarosa travesía de Portugal a Turquía (o viceversa) y vislumbrando apenas la Europa ferroviaria de hoy.

Aquí tenemos trenes de dos a tres horas y pico para 150 kilómetros, manda carallo. Eppur si muove. Con una seguridad que jamás se encontrará en la autopista. Con una comodidad provechosa de lecturas, cabezaditas o miradas para la intriga. Con paisajes y paisanaje. Y, sobre todo, sin peajes. Suban conmigo a este tren. Va lleno.

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