«Soy la única gitana de Utrera que toca el chelo»

Maui
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Guille Barberá
Maui

EL PULPO: Maui, cantante de los Sirénidos, grupo galardonado como el mejor álbum flamenco en los premios de música independiente UFI 2009.

EL GARAJE: Supermercado ruso Troika Delicatessen, en la calle Unió, 3, de Barcelona.

Las matrioskas juegan con el enigma. Muñecas que contienen a otra muñeca en su interior. Un juego de espejos que te conduce al próximo encuentro. Proceden de Rusia pero —ahora lo sabemos— las encontramos también en el sur. Es lo que aprendimos en la tienda de delicatessen rusas Troika. El juego parecía sencillo: traer el corazón del sur, encarnado en la cálida voz de una chiquilla de Utrera, mitad gitana, mitad paya y prima del mítico Bambino, al centro de vida rusa por excelencia en Barcelona. Lo mejor de cada hemisferio. Altas rubias frente a pequeña morena. Caviar, pepinillos salados, dulces de frutas, delicado y auténtico vodka, frente a una voz que evoca un patio gitano, las mujeres descalzas, el sol alegre que te conduce «al flamenco prehistórico» que reivindica la Maui.

Ella es la cantante de los Sirénidos, grupo revelación del flamenco-rumba fusión, una voz que te habla de Utrera y del hechizo del tío Bambino, hermosos ojos oliva que indican una herencia nómada, enriquecida en cada paso descalzo y en el repicar de un sordo cajón. «Cada vez nuestros discos son más flamencos. De algún modo creo que estamos recorriendo un ciclo, retornando al origen», explica Maui mientras sostiene una muñeca matrioska, vestida por el juego azaroso como otra muñeca más. En sus discos (el último se llama Un ratito más) encontramos jazz, flamenco, tango, letras de cantautor. «La alegría de la vida frente a lo difícil que puede llegar a ser», dice la Maui.

Gitanos rumberos en el corazón de la Barcelona rusa. Las dependientas, de azulinas córneas árticas, nos observan. «Lo típico de Rusia son el vodka y las mujeres guapas y con gran sentido del humor», dice una de ellas. Las matrioskas salen entonces a flote. Todo se intercambia. Suena la voz de la Maui, hay sol. «Yo soy mestiza, y por eso mi música lo es», explica.

Observen cómo aparecen las piezas, una a una. Muñeca brujería. «En mi corazón están las bulerías, la pringá y el fuego encendido». Muñeca de conservatorio. «En mis letras está la filosofía gitana. Pero soy la única gitana de Utrera que toca el chelo». Muñeca del frío. «Me encantan las fanfarrias de Europa del Este y los violines desafinados». Muñeca sin complejos. «Mi voz es suave. Y no flamenca». Muñeca prehistórica. «El sol es la alegría y la gran defensa contra la escasez». Muñeca confesa. «Soy

un bicho raro».

Maui sale de otra Maui. Cada una retorna inexorablemente a ese patio desnudo de Utrera. Tiene la versatilidad y la sorpresa. Impregna el flamenco con nuevas vías, nuevos colores, hasta encontrar en la última pieza su «flamenco sumergío», que dio nombre a su primer disco. «¿Pero en Rusia hay jamón?», dice cuando regresamos a la primera muñeca. Entonces muestra su llavero, y veo sorprendido una pequeña matrioska colgando de él. Estaba escrito.

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