Diversas comunidades aborígenes se concentran para reclamar el derecho de propiedad de sus tierras, avasallado por el hombre a partir de esa fecha. Esto dista bastante de las nociones que nos dejaron los libros en los primeros cursos del colegio, que resaltaban la idea de una misión evangelizadora y civilizadora de España en el Nuevo Mundo, donde la generosidad posibilitó la creación de escuelas, iglesias y adelantos de todo género.
Como dice Andrés Sopeña Monsalve en El florido pensil, parodiando esas enseñanzas: «Y los mejores españoles se fueron para América, a enseñar a aquellos salvajes a hablar, a rezar y a vivir. Y también les enseñamos a lavarse y a vestirse y a ir a la escuela, que por eso nos llaman Madre y no Padre». El 12 de octubre merece ser recordado por lo que fue y por lo que desencadenó, y de ninguna manera celebrado. No hay nada que festejar.
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