Llega el momento de las vacaciones. Durante el mes de agosto este periódico descansa del papel y también de estas líneas de opinión en las que me explayo libremente semana tras semana. A veces me explayo y otras me despacho bien a gusto. ¡Para qué nos vamos a engañar! En ocasiones escribo sobre música y en otras sobre los sentimientos que esta me despierta. Hoy escribo sobre Rosalía y lo humillantes que son algunos finales.

¿Quién en su sano juicio puede serle desleal a mi Rosi? A veces, somos así de idiotas, así de complejos, así de caprichosos o incluso de consentidos. ¡Que se preparen para el resurgimiento! Miley, Adele, Shakira, Beyoncé, Taylor y ahora Rosalía.

Cantarle al desamor desde el dolor más profundo del despecho ha sido, desde hace siglos, una auténtica liberación. Un necesario ajuste de cuentas y un ejercicio de feminismo que también es una medicina para millones de oyentes que, además de oír, escuchamos y nos tatuamos las letras de esas canciones a fuego en nuestros corazones rotos.

El amor y el desamor humanizan a los artistas, los baja del Olimpo y los convierte en seres terrenales, asequibles y con sentimientos. Los transforma en personas con las que empatizamos y con las que nos sentimos identificados. Autores e intérpretes que formarán parte para siempre de la banda sonora de nuestras vidas, creando con nosotros un vínculo eterno casi irrompible.

Los finales no son más que un aprendizaje y el origen de nuevos principios. Hoy es final de curso y termino dando las gracias.

Gracias por seguir adelante sin lastres porque lo que viene es mejor; el próximo disco de Rosalía va a ser un resurgimiento y un ‘pepinazo’ y gracias ,también, por contar con esta ventana a través de la cual opino y también me libero.

Gracias por leerme y por compartirme. ¡Hasta septiembre!