Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

Bye Bye librerías

Librería Cómplices, en la calle Cervantes del Barri Gòtic
Librería Cómplices, en la calle Cervantes del Barri Gòtic
Cómplices
Librería Cómplices, en la calle Cervantes del Barri Gòtic

Las buenas librerías no son simples establecimientos de compra y venta de papel editado. Algunas, afortunadamente, se han convertido con el paso del tiempo en espacios donde los lectores consiguen evadirse y transportarse a otros mundos. Basta perderse durante unos minutos por sus pasillos observando los anaqueles para intuir, o imaginar, lo inimaginable.

Quizás por eso la tristeza se apodera de uno cuando lee que la inflación, la pandemia o el maldito dinero, fuerza el cierre de librerías históricas como Alibris o Cómplices. Duele contemplar como nuestras ciudades y pueblos van perdiendo patrimonio, establecimientos singulares y señas de identidad. Aún no hemos digerido el cierre de El Indio, El Ingenio o Xancó - comercios dedicados, respectivamente, a la ropa del hogar, disfraces y camisas de calidad- que le toca el turno a librerías emblemáticas.

Algunas cayeron hace un tiempo por ‘cansancio’ como Negra y criminal, otras han dejado de ser punto de encuentro de poetas, escritores o conspiradores. Irene Vallejo, en su galardonado ensayo El Infinito en un Junco, nos narra las vicisitudes del libro y de sus creadores a lo largo de más de treinta siglos.

Pero fue en pleno confinamiento que Irene, en una carta abierta, puso en valor el rol que ejercen los libreros vocacionales como consejeros, confesores y amigos de sus clientes. Decía así: ”Añoramos vuestra forma de escucharnos como médicos sin prisa, como farmacéuticos que sopesan si tu herida es leve o profunda”... Sí, añoramos.

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