Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

Alcaldables

Sandro Rosell en una foto de archivo.
Sandro Rosell en una foto de archivo.
EUROPA PRESS/SANDROROSELL - Archivo
Sandro Rosell en una foto de archivo.

La alcaldía de Barcelona cotiza al alza. Proliferan las encuestas, sondeos, vídeos y campañas de todo tipo. Afloran las candidaturas, se intuyen otras y se especula con las que están por llegar. Eva Parera ha iniciado una cruzada antiokupa; Sandro Rosell quiere ser alcalde, dice, para sacar a la ciudad del aburrimiento; Dolors Montserrat prefiere contemplar el Manneken Pis antes que las obras de Via Laietana; otros cuelgan pancartas buscando alcalde y despotrican de la política y de los políticos.

De un tiempo a esta parte, existe un interés especial en contraponer las ideas que configuran la visión del mundo de cada uno, es decir, la ideología, con la gestión de lo público. Es evidente que la ideología y la gestión son asuntos diferentes, pero sería absurdo negar que están relacionados.

Desconfío de aquellos que juegan a sacar la política del ámbito público para entregar la llave de la caja, y los presupuestos, a personajes que alardean de gestores apolíticos"

Cuando Sandro Rosell propone ‘aparcar la ideología’ conviene preocuparse y recapacitar. Por experiencia sabemos que una gestión sin ideología es una gestión que solo beneficia a los pudientes. También hemos constatado que vender ideología sin gestión es sinónimo de estancamiento y parálisis social.

La virtud, de nuevo, habrá que buscarla en el punto medio. Desconfío de aquellos que juegan a sacar la política del ámbito público para entregar la llave de la caja, y los presupuestos, a personajes que alardean de gestores apolíticos. Noam Chomsky definió la ideología como un conjunto funcional de creencias. Y es ‘funcional’ porque está condenada a intervenir en la realidad social.

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