'Siempre hay un precio': la sufrida historia de Los Secretos

Álvaro Urquijo, cantante de Los Secretos, posa para '20minutos'.
Álvaro Urquijo, cantante de Los Secretos, posa para '20minutos'.
JORGE PARÍS
Álvaro Urquijo, cantante de Los Secretos, posa para '20minutos'.

"Con la inocencia tan graciosa, que cambia el nombre de las cosas. Con ese brillo que te quita el frío, cuando las noches lluviosas". Volver a ser un niño es la canción de Enrique Urquijo que más le gusta y emociona a su hermano Álvaro. "Pero a tu lado sería la más bonita", concede, "pero esta es un poco la que cuenta por qué le pasaban las cosas que le pasaban". El músico se refiere a esos estados "letárgicos" en los que el líder de Los Secretos se sumía de cuando en cuando y en los que hallaba libertad para sí mismo. Era un genio débil, un hombre enfermo: tenía una "bipolaridad subyacente de manual", cuya manifestación quedaba eclipsada por los efectos de las drogas y la medicación.

Entonces no había manera de saberlo. Es algo en lo que Álvaro Urquijo insiste en Siempre hay un precio, un libro en el que narra cómo la banda, que nació impulsada por el tercer hermano, Javier, se pasó "trepando" toda su trayectoria hasta la muerte "injusta" del cantante, hasta que lograron, al fin, convertirse en un grupo "normal". El que hoy son. Siempre estuvieron, apunta en conversación con 20minutos en un hotel de Madrid, "con el mono de obrero", picando piedra, "cuesta arriba", mientras otros vendían millones de discos, aunque fueran "una mierda", pensaban entonces. Su historia se construyó a trompicones, pero a ratos iba a la velocidad del rayo.

Los Urquijo crecieron en una familia de clase media y tenían un padre tan aficionado a la tecnología como reticente a sus sueños ocultos. De él aprendieron a escuchar a Crosby, Stills, Nash & Young y a Von Karajan, a Ray Charles y Mike Oldfield, pero también a esconderle que estaban dejando poco a poco de estudiar. Esa figura paterna, cuenta Álvaro Urquijo en el volumen, les faltó en los momentos cruciales, en las decisiones clave. Sobre todo al principio. "Pasamos de adolescentes de colegio a profesionales de la carretera", recuerda, "a músicos con el culo pelao, peleándonos con empresarios que no nos querían pagar, o con las discográficas y editoriales, que te quitaban todo el dinero".

'Portada de 'Siempre hay un precio', libro de Álvaro Urquijo.

'sIEMPRE HAY UN PRECIO'

  • Género: Memorias.
    Autor: Álvaro Urquijo.
    Editorial: Espasa.
    Páginas: 336.
    Precio: 22,90 €.

Los primeros años de su aventura transcurrieron como si de una película muda se tratara. "Entre noviembre del 79 y febrero del 81 hicimos una maqueta, nos dimos a conocer, había un proyecto de futuro con Tos -tuvimos cinco o seis nombres antes- y muere Canito (José Enrique Cano). Encontramos otro batería, componemos 13 canciones, encontramos discográfica, grabamos un disco y hacemos una gira". En ese tiempo, reconoce, ahora le daría tiempo "como mucho, a escribir medio libro". Iban acelerados, tenían ganas, aunque no de ser famosos, dice el músico, sino más bien de parecerse a James Taylor y Jackson Brown. De ahí que apostaran fuerte por el folk y el country.

"Es que no sabíamos hacer otra cosa", explica; eso tuvo consecuencias. "El mismo que nos fichó se enfadó mucho porque teníamos un banjo en la primera canción del disco Algo más, del 83". Hasta les puso un vídeo de Olé Olé y del conjunto valenciano Vídeo para que vieran qué tenían que estar haciendo, dice estupefacto. Y eso que para entonces ya habían lanzado temas míticos como Déjame, Ojos de perdida o Sobre un vidrio mojado. Ese año los echaron de Polydor, eran tildados de "babosos" por no ser "transgresores" y sus adicciones eran una realidad. No se recuperarían de verdad hasta el 88. Por eso estuvieron fuera de La Movida, porque empezaron "antes".

No obstante, Urquijo se declara orgulloso, precisamente, de eso, de haber sido más Nueva ola que Movida y parte de "un renacer musical" paralelo "a lo que la new wave significó en todo el mundo". Y también de abrir camino a otros, de hacer "la primera gira de pop que se hizo en España, antes de Mecano y de nadie". Cuenta en Siempre hay un precio, por ejemplo, que se llevaban muy bien con los Hombres G y de qué manera surgieron "con los mismos versos" dos letras que acabaron siendo dos éxitos, Ojos de gata e Y nos dieron las diez. Y cómo su hermano lloró una vez en un concierto en el Rockódromo de Madrid ante 45.000 personas porque coreaban a gritos Déjame.

"No me avergüenzo ni me acompleja reconocer que fui un actor secundario"

Los Secretos sobrevivieron a muchas cosas: a la muerte de otro batería, Pedro (Antonio Díaz); al empeño de Enrique en querer cortar con el pasado; a su banda paralela, Los Problemas; a fracasos en las ventas de discos; a la heroína, la cocaína y el alcohol... Álvaro adoptó un papel de guardián de su hermano, al tiempo que funcionaba muchas veces como motor de la banda en la sombra, aunque no se viera reflejado en los créditos o de cara al público. "No me avergüenzo ni me acompleja reconocer que fui un actor secundario", afirma, "dediqué mi vida proteger lo que más quería, mi familia". Y desliza que el 99% de los temas del grupo empiezan con un riff suyo.

Él también estuvo enganchado a la heroína. Fue en el 82 y le duró unos meses. Es algo de lo que ha hablado con su hija, Daniela, desde que era pequeña. En cuanto a su hermano Enrique, el autor asegura que nunca llegó al "punto de no retorno" y revela que su muerte se debió a "una sobredosis involuntaria de calmantes", según le contó la forense; mezcló -fumó- cocaína base y se tomó "nueve o diez" tranxiliums después. Enrique tenía una obsesión: si dejaba de colocarse se quedaría "seco", no podría componer. "Y la respuesta es no", afirma Urquijo con rotundidad, "siempre que salía de un proceso de esos era cuando más escribía canciones".

"Otra cosa", añade, "es que quisiera hacer obras de gran calado pero que no fueran comerciales. Y al final le salían así. Y se rayaba". No le gustaba el postureo, "era muy purista, no sé cómo sería hoy con las redes". Tocaron juntos por última vez el 22 de junio de 1999, en la Sala Galileo Galilei; cinco meses después, Enrique murió tirado en un portal del barrio de Malasaña. En estas memorias "no está todo", advierte el músico, cuyo objetivo es "dejar un testimonio escrito" de lo que él vivió - "Te lo juro que he sido sincerísimo"-. Se le ocurrió cuando llegó la pandemia y empezaron a desaparecer seres queridos a su alrededor, "estaba un poco deprimido, preocupado, con un fondo amargo".

"Echarme el grupo a la espalda fue un sufrimiento, me daba vértigo"

No le dio por componer -"No creo que esa etapa sea merecedora de canciones"-, sino por recordar. También cosas buenas. Fallecido Enrique, decidió que su banda merecía un reconocimiento y que había que generar derechos de autor para María, la hija de cinco años que su hermano había tenido con Almudena Navarro. "Echarme el grupo a la espalda fue un sufrimiento, no me atrevía y me daba vértigo. Los primeros años fueron muy, muy duros", explica. Pero le salió bien. Y, sobre todo, contó con el apoyo desinteresado de muchos colegas. Al disco y la gira que hicieron en 2000 y 2001 se apuntaron Antonio Vega, Miguel Ríos, Pau Donés, Luz Casal, Bunbury, Amaral, Mikel Erentxun...

Los Secretos acaban de publicar Desde que no nos vemos (Universal), un álbum en directo que recoge otro homenaje, el del 17 de noviembre de 2019 en el Wizink Center por el 20 aniversario de la muerte de Enrique. Álvaro Urquijo y su guitarra Höfner de 12 cuerdas, que siguen en pie desde la génesis de la banda, están impacientes por retomar la normalidad después de un año de impasse, aunque 2022 se prevea un poco saturado de citas. "Espero que haya mucho trabajo y que haya mucho público", desea. Mientras, él ya ha cerrado otra puerta con la historia. "Todos los grupos tienen su relato, pero doy fe de que el nuestro es tremendo".

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