
Cuando llega a su puesto de trabajo, el Poder ya tiene información de diversa índole sobre las actividades matinales de Juan Nadie. Saben que desayunó café en un bar de su barrio, que compró un diario deportivo y cigarrillos, que puso 10 litros de gasolina sin plomo, que superó tres veces el límite de velocidad... Pagó todos los gastos con una tarjeta-monedero que dejó un perceptible rastro magnético y su coche fue captado por las miles de cámaras de vídeo de la ciudad.
Al encender su equipo informático, se dispara automáticamente una pequeña aplicación instalada por su empresa en la intranet colectiva. La llaman Rastreo de Buena Disposición y registra desde las canciones que oye Nadie en una emisora on line, hasta los mensajes que escribe en su red social. También, desde luego, su rendimiento cualitativo y cuantitativo como trabajador.
Doblepensar, neolengua
Al llegar a casa, la operadora de voz y datos de Nadie detecta que se dedica a descargar una película . Queda también constancia de que ha hablado con el mismo número al que llama a diario varias veces. Es su amante. Eso también lo saben.
¿Orwelliano, verdad? Con la aprobación de una o dos leyes y sin ser demasiado conspiranoico, podría ser, además, real. La distopía (utopía negativa) soñada por el inglés George Orwell en la novela 1984 cumple 60 años.
Leída con fruición y traducida a casi cien lenguas, ha sido responsable de la nomenclatura del pánico que padecemos: la vigilancia que nunca cesa, el doblepensar (creer con determinación en ambos polos de una contradicción: por ejemplo, la guerra como vía hacia la paz), la neolengua de revelación y ocultación de los líderes, la Policía del Pensamiento, la Habitación 101 (donde habita el peor de los horrores de cada uno), la reescritura de la historia y, claro, el Big Brother (Gran Hermano), líder, dios pagano y juez supremo.
Fue editada el 4 de junio de 1949 por la modesta empresa Secker & Warburg, que tenía predilección por los escritores de la izquierda antiestalinista. Orwell lo era y compuso la figura del Gran Hermano a imagen y semejanza del soviético Stalin.
Unos meses antes, el novelista había entregado al Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido una lista con 135 nombres de supuestos simpatizantes del comunismo (entre ellos Chaplin). Insinuaba que cualquiera de ellos podría haber cambiado de chaqueta si los nazis hubiesen ganado la Guerra. Los totalitarios, pensaba, sólo desean el totalitarismo.
El libro en el que nos profetiza, que deseaba titular The Last Man in Europe (El último hombre de Europa), le costó la vida. Se sentía "exprimido como una naranja" por el periodismo y apenas tenía dinero. Se encerró en una casa aislada y sin luz eléctrica en Jura, en las lejanas Hébridas. Escribía con un candil de parafina, fumando con ansioso apremio picadura liada.
Comenzó a escupir sangre. Tuberculosis. En diciembre de 1948 entregó el manuscrito. Poco más de un año después, el 21 de enero de 1950, a los 46 de edad, Orwell murió. Estaba solo en la habitación de un hospital. Ninguno de sus biógrafos anota si era la 101 que ocupamos ahora nosotros.

'Trosko-fascista'
Los ideales de Orwell se hacen añicos como voluntario en defensa de la República Española. En Barcelona vive la depuración de anarquistas y troskistas (troskofascistas, les llamaban) a manos de los comunistas. Escribe Homenaje a Cataluña, que el año que viene protagonizará en cine Kevin Spacey.
SUEÑOS NEGROS QUE ESTÁN AQUÍ
Diez distópicos que anticiparon la crueldad que se nos ha venido encima.










Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios