Las sesenta peñas de la carrera del vino se miden en velocidad, por un lado, y por otro en la belleza de los mantos que adornan a sus caballos, y no obtienen a cambio ningún premio en metálico porque "se compite solo por pasión", en palabras del presidente de estas fiestas.
Jesús Bermúdez explicó que hace 700 años, cuando Caravaca de la Cruz era tierra fronteriza con el Reino Nazarí de Granada y había sido sitiada por los musulmanes, los templarios rompieron el cerco moro, metieron en el Castillo vino que llevaban escondido en las alforjas de sus caballos, y salvaron al pueblo de morir por el agua envenenada que, según dicen, habían puesto los enemigos en los aljibes.
Bando cristiano
Desde entonces, cada 2 de mayo se celebra en esta ciudad de la comarca murciana del Noroeste ese logro del bando cristiano, que, como insiste el presidente de los Caballos del Vino, no hubiera sido posible nunca sin la ayuda del animal.
En Caravaca de la Cruz, donde la población se multiplica por cinco en la semana de fiestas, empezaron en la Edad Media a engalanar con ricos mantos a sus caballos y a celebrar carreras en la subida al Castillo para recordar ese día y dar las gracias por lo que ocurrió, en una tradición que se ha ido enriqueciendo con los años hasta llegar "a lo que ahora es una auténtica devoción", dijo Bermúdez.
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