Concepción Arenal y ‘La mujer del porvenir’

  • Con motivo del bicentenario de la escritora, recordamos el ensayo con el que defendió la autonomía femenina.
  • También denunciaba la desigualdad de género en su época, en la que la mujer todavía no tenía derecho a votar.
Ilustración del libro 'La mujer del porvenir'.
Ilustración del libro 'La mujer del porvenir'.
ANTONIA SANTOLAYA / NÓRDICA LIBROS
Ilustración del libro 'La mujer del porvenir'.

Cuando Concepción Arenal (1820-1893) publicó La mujer del porvenir en 1869, las mujeres en España no tenían derecho al voto, eran consideradas inferiores intelectualmente, no podían acceder a la educación superior formal, tampoco trabajar, y no disponían de autonomía jurídica, lo que les obligaba a depender de un hombre: del padre o del marido. De otra forma, quedaban relegadas a ser solteronas o a vivir de oficios infamantes, como cigarreras o prostitutas. 

Dos años antes, la revolución liberal supuso un duro golpe para el antiguo régimen, así como el primer intento de establecer un sistema político democrático. Sin embargo, igual que sus colegas francesas tras la revolución de 1789, las españolas descubrieron que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad (en francés, "Liberté, égalité, fraternité") estaban destinados a un solo género: el masculino. La ‘revolucionaria’ Constitución española de 1869 proclamaba igualdad ante la ley y abolía los privilegios de clase, pero seguía manteniendo los de sexo.

La mujer del porvenir es un reflejo de todo ello. De cómo las mujeres eran consideradas inferiores intelectual y jurídicamente, lo que las situaba en una situación de sumisión a los hombres. ¿Había algún argumento válido que justificara la subordinación de las mujeres? ¿Por qué debían estar confinadas a cuidar de la familia y al espacio doméstico? ¿No sería beneficioso para la sociedad que las hijas, hermanas, madres o esposas se cultivaran intelectualmente? 

La autora trata de dar respuesta a estas y otras muchas cuestiones sabiendo que la razón patriarcal que legitimaba la división sexual del trabajo se regía tan solo por un hábito. "Es tal la fuerza de la costumbre, que saludamos todas estas injusticias con el nombre de derecho", afirmó en sus páginas.

No fue tarea fácil defender esa postura. Sin embargo, Concepción Arenal ya sabía lo que suponía desafiar las normas. Ella sí fue a la universidad, a pesar de estar prohibido para las mujeres. Lo hizo vestida de hombre para no ser descubierta, y sabiendo, además, que no obtendría un título. Como esposa y madre también conocía las labores propias del sexo y el tedio y la frustración que estas acarreaban. 

La instrucción que recibían en el siglo XIX las niñas era poco formal, y se aprendía "sin tomarse el trabajo constante, necesario para saber bien una cosa, y sin la idea de que pueda servir para algo útil y positivo: la joven no trata de adquirir conocimientos, sino habilidades", opinaba Arenal. "Generalmente las olvida cuando se casa. (...) La educación de las mujeres hasta aquí podría llamarse, sin mucha violencia, Arte de perder el tiempo", concluía.

"Soltera, casada o viuda, (la mujer) es tenida y se tiene por incapaz de ninguna profesión que exija inteligencia"

Esa degradación intelectual perjudicaba a los maridos, pero también a los hijos, pues de ellas recibían consejo y orientación; y a la sociedad en general. La falta de instrucción, por un lado, y, por otro, tener que ser representada ante la justicia por un varón, minaba la autoestima de la mujer. "Soltera, casada o viuda, es tenida y se tiene por incapaz de ninguna profesión que exija inteligencia, y esto es lo más grave de todo", subrayaba Arenal.

A pesar de las diferencias, hombres y mujeres eran iguales ante la ley civil. "¿Por qué para el derecho es mirada como inferior al hombre, y ante el deber se la tiene por igual a él?", se preguntaba la autora. ¿Qué razón de peso justificaba el papel subalterno al que el sistema civil, judicial y educativo abocaba a la mujer? Arenal no encontró ninguna respuesta sólida, pero sí asertos como los del doctor Joseph Gall (1758-1828), quien en sus textos afirmaba que las facultades intelectuales de las mujeres eran peores que las de los hombres como consecuencia del menor tamaño de su cerebro. 

También defendía que su mayor irritabilidad influía, además, en la energía de sus funciones. Arenal se pregunta: "Siendo más activo su sistema nervioso, ¿no podrá hacer el mismo trabajo intelectual con menor volumen?" y, siguiendo esa lógica, la autora apunta que por el mismo motivo, "el elefante y muchos cetáceos serían más inteligentes que el hombre".

La mujer de 'La mujer del porvenir'.
La mujer de 'La mujer del porvenir'.
ANTONIA SANTOLAYA / NÓRDICA LIBROS

En cuanto a la superioridad moral, Arenal explica cómo esta recaía en el ser con más bondad y virtud, en "aquel que haga más bien y menos mal a sus semejantes, y para decirlo brevemente: aquel que sea mejor". Concluía que la mujer era moralmente superior al hombre, pues es a la que "se ve más en las casas de beneficencia y menos en las prisiones que el hombre; es decir, que hace a la sociedad más bien y menos mal". 

El mismo argumento aplicaba para defender la necesidad de la incorporación de las mujeres al mundo laboral, donde la moralidad del que trabaja es clave para su desempeño. La ley les prohibía el ejercicio de las profesiones liberales por lo que, al margen de unas pocas artistas, maestras o estanqueras, no podían ser autosuficientes ni abastecer a su familia. Si se quedaban viudas o eran abandonadas por sus maridos, muchas acababan ejerciendo la prostitución, en la miseria, marginadas y enfermas.

En La mujer del porvenir, Arenal ponía en tela de juicio las estructuras de poder desde la razón. Sin embargo, no defendía que la mujer tuviera autoridad alguna; podía cultivar su inteligencia tanto como la del hombre, pero no pedía para las de su sexo el derecho al voto o parte activa en la política. Una contradicción que quizá se deba a la precaución con la que se acerca a los que van a recibir su discursos: "Más bien te preveo hostil que te espero benévolo, lector, a quien por tanto no me atrevo a llamar amigo", dice en la primera página. 

En cualquier caso, en su siguiente ensayo, La mujer de su casa (1883), tal y como señala Anna Caballé en el prólogo de la reciente edición de Nórdica Libros que contiene ambos textos, "no dudará ya del sufragio universal y de la necesidad del compromiso político en la mujer si se la considera, y es así, un sujeto de pleno derecho".

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