Estados Unidos, el país de los sustos

Justo en ese momento vi la gran eme de McDonalds y recordé que en el Mundo existe el país de las ilusiones. Me fui a América del Norte.En el avión conocí a Leo y John de Missisipi.
Anna-Maria Penu
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Anna-Maria Penu
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Salieron juntos del lavabo, riéndose y haciendo caras que deberían ser divertidas pero nunca lo son. Exactamente como Jim Carrey en todas sus películas. Se lo dije. ¿...? Porque ya estaba harta de volar doce horas y quería pisar tierra firme y odio a Jim Carrey. Le puede pasar a cualquiera. Nos quedamos a hablar frente a los lavabos, cortando el camino a otros pasajeros.

Hablamos de Jim Carrey, de Mónica Lewinski y, como es natural, llegamos a hablar de las mil maravillas del mundo. Un invento indiscutiblemente útil es la bolsa de hielo. Mis amigos americanos no habían visto nada igual en sus cortas vidas.

“¿Y la llenas con agua y la metes en la nevera y ya está?” me preguntaron mientras sus ojos saltaron observando las bolsas que iba a tirar justo antes de conocerlos. Estaban impresionados. Les dejé las veintiuna bolsas que tenía.

Por fin llegamos a Nueva York. Desde el primer momento me pareció el país de los idiotas y no el de las ilusiones. En el aeropuerto me hicieron quitar hasta las botas porque allí podría esconder fácilmente un arma nuclear. Gracias a mi capacidad de observar puedo proclamar que toda esta confusión alrededor de mi persona empezó cuando le dije al funcionario de la frontera que era viajera y no sabía a dónde iba, ni hasta cuándo me quedaría en ese maravilloso país. ¡Por Dios, era un piropo!

Me calificaron como sospechosa y me trasladaron a una oficina llena de gente, la mayoría de características árabes y africanas. Mientras me estaban llevando los policías, Leo con sus ojos grises y John con sus ojos azules me chillaban que era La Chica del Hielo y que nunca me olvidarían. Miré tres veces atrás para ver sí estaban bromeando pero no.

Tenían la mano derecha en el sitio del corazón, la mirada seria hacia mí y los labios formulando una y otra vez la frase de la chica de hielo y que era inolvidable. Sólo faltaba la bandera de las barras y estrellas. Entonces los policías cerraron la puerta de su oficina y ya no les he vuelto a ver.

Los tres gordos que nos estaban vigilando en la oficina, estaban conversando entre sí sobre que hacer con nosotros y si un Mohammed es más peligroso que un Saddam. Dos de los gordos apostaron a que Saddam es más peligroso. No he visto tanta gente hablando tan alto y tan fuerte de chorradas que han aprendido el uno del otro.

Y les tuve que escuchar tres horas sin pausa, sin publicidad, sin posibilidad de cambiar de canal. Al final me soltaron con la amenaza de que si no estaba fuera de Estados Unidos en tres meses me dispararían. ¿O dijeron que me denunciarían? No lo sé, no le di tanta importancia. La naturaleza de ese país compensa el reinado de su estupidez.

Te deja sin aliento. Paisajes, kilómetros de carretera sin un alma, sin un coche. Sólo estás tú y el Mundo. El fin del Mundo. Respiras. Piensas. Respiras otra vez y en ese instante te asustas. Es espantoso ser la única en la Tierra siendo joven.

¿ Y los hijos? Ya tengo nombres para ellos – Pepe, Pepi y Pepa. ¿Y la casa grande y blanca en la orilla del mar? Ya tengo nombre para la casa – la Casa Blanca. ¿ Y el marido? Él se llamará Ernesto Pérez Bonavía. ¿Y mi propio Ferrari? Será rojo y relumbrante. ¡Ya ve, es horroroso! Tantas cosas que hacer y yo, me había metido en el culo del mundo teniendo sólo 23 años. Me fui del país de los sustos.

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