Hace tan sólo seis meses, Antonio no era capaz de mantener una conversación en inglés y se ponía a temblar cuando un turista extranjero se subía a su taxi. Ayer, pocas horas después de recibir el diploma de la Cámara de Comercio que demuestra un nivel de conocimientos básicos de inglés, no se arredra cuando un guiri se sube a su taxi.
Un guiri como, por ejemplo, una periodista noruega de 20 minutos recién llegada a España que, en perfecto inglés, le saluda (Antonio responde con soltura al good mornig) y, posteriormente, le pregunta si El Prado está lejos del aeropuerto (Antonio contesta, en un inglés con fuerte acento, cinco minutos -five- cuando quiere decir quince -fifteen). Antonio sí atina con el precio de la carrera, pero se paraliza cuando la turista comienza a explicarle que tiene prisa y que quiere ir por el camino más corto.
"Yo creo que lo entiendo bien, lo que me cuesta es hablarlo", se defendía después este taxista de 50 años. Los extranjeros, dice, suelen esforzarse, "pero entender a los norteamericanos sigue siendo muy difícil, hablan muy rápido y con un acento imposible", asegura.
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