Javier Camarena: "De la ópera hay que erradicar el concepto de divo"

  • Protagoniza este miércoles la Gran Gala 2019 del Teatro Real, que tiene fines benéficos.
  • El tenor cantará varias piezas de Rossini, Sorozábal, Donizetti o Bellini, entre otros.
El tenor Javier Camarena, durante la entrevista.
El tenor Javier Camarena, durante la entrevista.
JORGE PARÍS
El tenor Javier Camarena, durante la entrevista.

Hace ahora cinco años, en Madrid no lo conocía nadie. Pero este mexicano que entonces tenía 38 años salió a cantar en el Teatro Real y el público se volvió loco: le obligaron a repetir dos veces un aria de Donizetti, algo nunca visto ni antes ni después. Ahora le piden bises en todos los teatros del mundo. Tiene una voz prodigiosa y el día 14 canta, él solo, una gala entera en Madrid.

El público lo adora. Le llaman "el tenor de los récords". Bueno, la gente dice muchas cosas. Yo eso lo agradezco mucho (sonríe).

Nadie ha olvidado aquellos nueve Do de pecho de hace cinco años… que al final fueron veintisiete. Y eso que el público del Real es duro. Sí que es duro, sí. Yo debuté hace quince años, en mi país, con aquella misma ópera, La hija del regimiento. Pero no la había vuelto a cantar, era la primera vez. Y me habían avisado de que el público de acá era muy severo. No sabía lo que podría pasar.

Pues buena la hizo. ¡Dos bises seguidos! No viviremos para ver eso otra vez. Tenía ganas de hacerlo bien, estaba muy motivado, me sentí muy bien con todo el equipo desde el primer momento. El público de Madrid es duro pero también muy apasionado: si ve que te esfuerzas, te hace sentir querido.

¿El de Madrid? Enloqueció usted al del Covent Garden. Y al del MET de Nueva York, cuando, en 'La cenerentola', dio un Re sobreagudo en vez de un Do de pecho. Y al de Viena y al de… Me va a sacar usted los colores…

¿Cómo lo hace? Trabajando duro, estudiando, viendo cómo evoluciona mi voz, que ya no es la misma de cuando tenía treinta años. Lo más importante es el trabajo.

Es ya uno de los más grandes, pero da la sensación de que no se lo cree. No va de divo. Pues claro que no. Es que ese concepto, el de los “divos”, hay que erradicarlo del mundo de la ópera. La voz la pone uno, pero todo lo demás lo hacen otros. Una ópera es un trabajo en equipo, si no es así todo se viene abajo. Yo salgo a cantar, pero otros compañeros hacen el vestuario, el atrezzo, el maquillaje, la escena… ¿Por qué voy a ser yo más importante que los demás? Yo hago mi trabajo. Lo de los “divos” petulantes ha pasado a la historia, menos mal.

Pero usted provoca en el público unas tremendas oleadas de entusiasmo que le caen encima a usted, a nadie más. ¿Cómo gestiona eso? ¿No le tiemblan las rodillas? ¡Ya lo creo! Pero lo interpreto como el resultado del esfuerzo de todos. Sin el equipo del teatro, sin mi familia, sin mis amigos, yo no sería nadie, no estaría aquí ahora hablando con usted. No soy un héroe, no soy un ser de otro mundo; solo soy un tipo que canta, que se lo pasa muy bien cantando y que siempre trata de hacerlo lo mejor que puede. No voy por ahí estirando la mano para que me la besen.

Usted procede de una gloriosa dinastía de tenores mexicanos: Francisco Araiza… (Rápido) Sí, y Rolando Villazón, y Arturo Chacón, y Ramón Vargas, y…

Pero la debilidad de su corazón es Alfredo Kraus. Eso no lo podré negar nunca. Kraus fue el más grande, el ideal al que hay que imitar. Si se puede, claro. Siempre lo consideré mi maestro.

¿Cuida su voz como lo hacía él? ¿Elige un repertorio corto y perfecto para su voz, para llegar en plena forma a los 70? Mmm, no sé. Creo que no demasiado. Ya sé, por ejemplo, que mi voz no es la más apropiada para Rossini; prefiero Donizetti y también Bellini, por el color de mi voz. Pero me encanta descubrir cosas nuevas, cantar cosas que no había cantado antes. Soy arriesgado en eso, sí. ¿Y sabe qué es lo mejor de todo?

Dígamelo. La gente nueva, las generaciones de ahora, los jóvenes que nunca habían escuchado ópera y que de pronto, cuando me escuchan a mí, “lo flipan”, como ellos dicen. Eso es lo mejor. Porque quiere decir que la ópera está viva, sigue emocionando a muchísima gente que seguramente ni se lo esperaba.

Acaba de estar en el Real con 'L’elisir d’amore'… Una cosa, ¿usted cree que su personaje, Nemorino, es tonto? No. Es un inocente. Un inocente enamorado que no ve más allá de los ojos de su Adina. Un inocente que no ha salido de su pueblo y que es capaz de creerse que un vino de Burdeos es un brebaje mágico. ¿Sabe que en mi país, y seguramente en este y en todos, hay mucha gente así? Yo los he visto. Es gente que se emociona y que también me emociona a mí. Hay que cantar con la voz, pero lo más importante es el corazón. Sin eso no hay nada.

Y ahora, una gala entera para usted solo… ¿No le da miedo? Ya no. Lo estoy deseando. Voy a cantar ópera, pero también música barroca, canciones italianas y desde luego romanzas de zarzuela. Hay tesoros increíbles en la zarzuela, es un género maravilloso. Y mi relación con el público de Madrid no puede ser mejor. Precisamente porque es duro y exigente: si no lo fuese, no tendría ningún interés cantar para ellos, me quedaría cantando en la regadera [ducha] de mi casa.

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