Camarero sin fronteras y eficaz servidor de bocadillos con lomo o tortilla de patata, cuando llegó al Ifach, la cantina aún era un ajetreado horno-cafetería, donde él y su perpetuo compañero de trajín –Francisco Forner, con otros 30 años de oficio– ya despachaban las rollizas magdalenas, coques de molletes y empanadillas que aún cautivan a los numerosos peregrinos del desayuno.
Eso por las mañanas, o «de siete a cuatro», cuando acaba su turno, porque después, tras una refrescante ducha, eleva su salario subiendo camas, literas y colchones, «incluso a un quinto piso», en una especie de hobby complementario que hace cuatro años le ofreció un amigo de la Colchonería Sueños.
Horario extra para quien ha servido en comuniones, barracas, el bar Nuevo Patio y la cantina del Ministerio de Defensa o del cuartel de Rabassa, barrio donde creció como superviviente de la europeseta. Todo «para atender mejor a mi familia».
Casado con Loli y padre de Verónica, Sandra y Juan Carlos, por quienes pierde la baba mientras prepara un té frente a unos azulejos con un peñón de Calpe policromado y la lista de precios Cantueso Monte, siempre exhuma algún chiste.
Su célebre establecimiento lo fundó el abuelo del amo Rafael Galán hace 50 años. Es una congregación de masas matutinas y ermita de abogados, comerciantes, albañiles y gente con placas de rayos X, que llegan desde el seguro de Gerona a mojar un donut en un vaso de vida con café.
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