(Risas) Los planes generales son los que más lata me dan, tienen una tarea terrible. En mi estudio de Madrid nos dedicamos a hacer planes urbanísticos a diferentes escalas. Desde insulares, como el de Gran Canarias hasta el plan especial del centro histórico de Marbella.

Se habla mucho del PGOU, pero, ¿en qué beneficia al ciudadano de a pie?

Le mejora la vida. Este plan vuelve a mirar con lupa la situación de los barrios, el espacio público y los viales. El fin es regenerar usos que se han quedado anticuados e incompatibles. Y, además, crear una oferta de crecimiento para nuevas viviendas, de tal forma que los malagueños no tengan que emigrar a otros municipios en busca de pisos asequibles.

Entonces, ¿se puede hacer algo para que baje la vivienda en Málaga capital?

Eso va por otro lado. Un plan de urbanismo no puede hacer nada, sólo dice cómo ha de ser la ciudad o cómo nos gusta. El precio responde a un tinglado en el que todo el mundo va a vender a lo máximo que pueda. Es un mecanismo perverso y lo único que podemos hacer es destinar el 30% a VPO.

El plan propone nuevos viales, pero a este ritmo nadie dejará el coche en casa...

La gente dejará el coche cuando haya un transporte público que entre en competencia con el privado. Por la propia configuración lineal de Málaga, la ciudad no tiene sentido si el transporte no va alcanzando más tasa de población. Se puede hacer otra ronda este, pero ya no cabe nada más.

Ahora que hay tantos proyectos, ¿cuál debería ser el símbolo de la Málaga actual?

La ciudad necesita símbolos, tiene una imagen que está  todavía más en la provincia. La nueva estación del AVE debería ser ese símbolo metropolitano y también la fachada litoral de poniente.

¿No es un símbolo muy poco cultural para una ciudad?

Todo se está mezclando. Málaga tiene que explicarse a sí misma: yo vengo de la fundación fenicia del centro histórico pero estoy a la última como cualquiera.