A principios del siglo XX, Rusia llegó a convertirse en un hervidero de creatividad y en uno de los tres países -junto a Francia y Alemania- donde proliferarían más artistas de renombre por metro cuadrado. Aquello fue lo nunca visto, surgirían las propuestas más radicales y vanguardistas que rompieron, definitivamente, con el pasado del arte; y avanzarían, de paso, el tremendo cambio social y político que llegaría algunos años más tarde con la Revolución de Octubre.
A gran parte de estos estos 'revolucionarios rusos' está dedicada la exposición De Chagall a Malévich: el arte en revolución, que hasta el mes de mayo reúne en la Sala Fundación Mapfre del madrileño Paseo de Recoletos más de 90 piezas y 24 publicaciones concebidas durante las tres primeras décadas del siglo pasado.
"No fue la Revolución la que forjó las vanguardias y la modernidad. Fueron los artistas los que se erigieron en revolucionarios antes de la Revolución, seguros de que esta se convertiría en lo que ellos esperaban y, por consiguiente, en lo que la propia Revolución espera de ellos", aclara el comisario de la muestra, Jean-Louis Prat.
Prat ha elegido a dos grandes figuras, Marc Chagall y Kazimir Malévich, para dar título a la exposición. Ambos representan los dos polos de esa revolución pictórica: el primero más cercano al surrealismo y lo poético; el segundo, más radical y tendente a la abstracción geométrica y el minimalismo. Y entre ambos, la obra de otros 27 artistas entre los que encontramos grandes nombres como los de Natalia Goncharova, Liubov Popova, El Lisitski, Vassily Kandinsky o Alexandr Ródchenko; y otros menos conocidos que renovaron otros campos como el diseño gráfico o los libros de artista.
De vital importancia, en estos tiempos de empoderamiento, es la notable nómina de mujeres artistas que se dan cita en esta muestra. Todo un fenómeno de creatividad femenina que lamentablemente tardaría muchas décadas en volver a repetirse.
"Estos artistas quieren escapar del poder del color de los impresionistas. Por eso, aparecen en Rusia unas corrientes opuestas con un halo de libertad donde reina el mundo del pensamiento, de lo que no se ve", explica sobre el contenido de la muestra Prat, actual director de la Fundación Marguerite y Aimé Maeght de Saint-Paul-de-Vence y el hombre que ha supervisado los proyectos de donación al Estado francés de las sucesiones de Chagall, Jacqueline Picasso y Matisse.
Dividada en ocho secciones, la exposición da cobijo a movimientos como el neoprimitivismo -que combinó el interés por el arte popular ruso con las técnicas pictóricas del posimpresionismo-, el cubofuturismo -que bebía del cubismo francés y el futurismo italiano-, el rayonismo - que añadía al movimiento anterior los haces de luz-, la abstracción más radical - con Kandinsky y el grupo El Jinete Azul a la cabeza-, el suprematismo creado por Malévich con el que intentó "liberar al arte del lastre del mundo de la representación", el constructivismo con Alexandr Ródchenko y Varvara Stepánova y el camino hacia la cuarta dimensión de la Escuela de Matiushin.
Cuatro obras revolucionarias
Cuadrado negro, 1923. Kazimir Malévich
La destilación máxima de la pintura. El símbolo de toda la obra de Malévich -en la exposición puede verse junto a Cruz negra y Círculo negro- que representa el grado de abstracción suprema. Sin duda, la obra cumbre del suprematismo, movimiento en el que el artista niega el acceso a escenas recreadas en pro de la supremacía del sentimiento.
Nublado, 1917. Vassily Kandinsky
Tras su vuelta a Moscú en 1914 y la Revolución de Octubre en 1917, Kandinsky pinta esta obra de carácter abstracto. El óleo evoca, a través de formas orgánicas y multitud de colores, los eventos de ese año que para el artista acabaría siendo dramático. Cinco años después, y debido a las tensiones cada vez mayores con las autoridades políticas, Kandinsky abandonaría definitivamente su país en dirección a Alemania.
Arquitectura pictórica, 1916. Liubov Popova
Otra de las obras clave de la abstracción de raíz cubista. Guarda cierta relación con la práctica del papier collé de Picasso y Braque, y muestra el profundo interés de Popova por la arquitectura. La geometrización y la superposición de planos son la base de esta pintura. La 'artista-constructora', como la llamaban sus colegas, dejaría de pintar oficialmente en 1922 para dedicarse al diseño.
Composición, 1918. Alexandr Ródchenko
Entre 1918 y 1921, Ródchenko producirá sus obra constructivista más importante. Sus teorías se plasmarán en planos y círculos interseccionados donde el color adquiere vibraciones autónomas en una visión cosmológica. Para el artista el círculo es el símbolo del todo, lo eterno, lo cerrado y lo perfecto.
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