El vuelo a Buenos Aires tuvo lugar el 6 de noviembre. Miguel y su mujer, Eva, contrataron sus pasajes en la clase Cóndor, ya que «se pueden tumbar los asientos impidiendo que mis piernas se adormecieran por el efecto de la presión de los aparatos que llevo», explica el afectado. Al llegar a la capital argentina, le devolvieron su silla «literalmente rota e inservible».
En el hotel en el que se alojaban contaron con la ayuda de los empleados, que les ofrecieron cinta aislante y pegamento con el que hacer un arreglo provisional, que permitiera a Miguel continuar su viaje.
Pero ahí no acaba todo. En un vuelo interno con la misma compañía, desde Ushuaia a El Calafate, se la dejaron olvidada en tierra, «y no fueron capaces de prestarme una en el aeropuerto de llegada». Ahora va a llevar a la compañía a juicio, «por daños morales, y los de mi silla, por la que sólo me dan 150 euros».
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