Pasado el terremoto industrial de Ensidesa, de la que quedan una acería moderna y los vestigios, Avilés parece que vuelve a recuperar el paso. Aquella ciudad pequeña y coqueta del siglo xix que tanto gustaba a Armando Palacio Valdés y que tan rica actividad cultural albergaba en su bien conservado interior se transformó a mitad del siglo xx. Pasó de un lugar apacible, en el que cobijarse de la lluvia era fácil bajo los soportales de Sabugo, Galiana y Rivero, a una trepidante área industrial en la que lo peor, sin duda, fue la contaminación. Los años setenta y ochenta en Avilés fueron un horror desde el punto de vista medioambiental y muy interesantes social y culturalmente. Hoy la ciudad parece recuperada y está a punto de ver el proyecto más atractivo de su historia, ese museo que será probablemente la última gran obra del centenario arquitecto brasileño Oscar Niemeyer. Así vuelve a la senda que siempre la ha distinguido como Atenas de Asturias, es decir un lugar en el que la riqueza no se mide solo.
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