La ordenación se celebró en una improvisada capilla, en la habitación de una vivienda, y sólo una docena de hombres y mujeres asistieron al acto. La mujer quiere permanecer en el anonimato porque teme perder su trabajo como profesora de religión –hace tres años el Vaticano, en un escrito firmado por el actual Papa, excomulgó a siete mujeres ordenadas–. La recién nombrada sacerdote teme sufrir el mismo castigo que sus predecesoras, pero confía en que «en cinco o diez años las cosas puedan cambiar, porque hay muchas mujeres a las que le gustaría seguir el mismo camino». De hecho, otras nueve mujeres católicas serán ordenadas en Canadá en julio, las primeras en Norteamérica.