Escenas de Metro

El Metro de Madrid, ese que «vuela» y que se convierte en un infierno cuando llega esta época, con líneas en las que no funciona el aire acondicionado y uno tiene que sujetarse fuerte para no caer víctima de un golpe de calor, da para todo.
La semana pasada presencié una escena que me dejó perpleja, aunque sé que en estos tiempos empieza a convertirse en pan de cada día. Una mujer de mediana edad soportaba estoicamente, y de pie, el horno en el que se había convertido el vagón de Metro.
 
Llevaba a su pequeña niña en brazos, además de un bolso y una carpeta llena de papeles. Los demás pasajeros la miraban impasibles, como si la cosa no fuera con ellos. Cuando alguien levantó la voz para pedir «un poco de solidaridad» con aquella mujer y que le cedieran un asiento, todos miraron hacia otro lado. La madre, de rasgos latinoamericanos, se quedó triste, casi resignada. «No se preocupe, no pasa nada, aquí uno se tiene que ir acostumbrando», le dijo a la persona que intentó ayudarla.
 
Tres paradas después se bajó. Todos siguieron mirando hacia otro lado.
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