¿Necesita defensa?

Desde su infancia, el Rey está educado en la soledad y en la responsabilidad. Ha tenido que aprender a gestionar dilemas y a convivir con ellos. En algún momento comentó que no quería que los ganadores de la Guerra Civil fueran los perdedores de la democracia, una  cuadratura del círculo que fue posible durante  la transición y que se va diluyendo con el paso del tiempo, aunque tampoco hay que dramatizar. El Rey tenía decidido desde antes de llegar a serlo que quería promover y encabezar una monarquía parlamentaria a la europea, una especie de república coronada donde el poder reside en el pueblo. El debate monarquía-república es retórico, nominalista, emocional.

El Rey cumple 70 años en excelentes condiciones físicas y ha cumplido 32 años de jefe del Estado, 29 de ellos sin más poderes que los que le otorga esa Constitución que él mismo impulsó, poderes de representación y, en algún caso, de arbitraje. Desde hace muchos años todas las encuestas le otorgan  las mejores calificaciones y un aprecio y reconocimiento generalizado, que para sí quisiera cualquier dirigente político en España y fuera. Esas encuestas reconocen permanentemente, con variaciones de menos del 10%, entre un 60% y un 70% de apoyo a la monarquía de D. Juan Carlos. Con esos porcentajes, defender al Rey es como tirar un penalti sin portero. Es vana la presunción de que el monarca está en peligro porque una muchachada gamberra queme carteles o porque un senador vanidoso busque la notoriedad que su posición política le niega.

El Rey se defiende cada día desde esa soledad de quienes quieren amparar las diferencias sin contagiarse por pasiones coyunturales. Será pronto el decano de los dedicados a la cosa pública y mantiene el instinto de acertar a medir el tiempo y la oportunidad. El Rey se defiende solo, aunque agradece que algunos le secunden. Como ser humano comete errores, ¿quién no?, pero con abrumador saldo a favor. Basta con comparar lo de ahora y lo antes.

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