Del vino se sabe la añada y si la barrica en que reposó era de roble francés o americano. Sin embargo, malamente podremos saber a qué hornada pertenece una hogaza o si la cesta en que lo recogieron era de mimbre.
«El pan es un gran desconocido y sólo nos acordamos de él cuando nos falta, pero se pueden saber muchas cosas», asegura Miguel Ángel Santos, de la asociación de fabricantes de pan de Valladolid. Al igual que un buen vino, se puede maridar.
Los hay ideales para comer embutidos, o inmejorables para acompañar un buen chuletón. Sobre gustos no hay nada escrito. Hay amigos del pan muy cocido, los que disfrutan la miga; panes con más o menos porcentaje de agua, más o menos crujientes... Y de eso se trató ayer en las jornadas sensoriales de la Universidad Miguel de Cervantes.
Desde el greñado, o presentación, hasta su punto de cocción, la gomosidad, el olor, si se disgrega al partirlo o si es esponjoso. Por fijarnos, nos podemos fijar hasta en su tamaño, color, y el brillo que presenta la corteza. Incluso los nombres pueden resultar tan exóticos para los desconocedores del sector como los fabiolines o los candeales.
Una experiencia diferente para llamar al pan, pan y al vino, vino.
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