Hace un año y medio, Cristina Morales se dio cuenta de que aquel hombre trajeado salía cada día de un portal cercano. A las 8.07 horas, de lunes a viernes, Daniel Cottura dobla la esquina de la avenida Comandante Benítez, entra en su coche y se marcha. El hueco lo aprovecha rápidamente Cristina, que trabaja en la cercana calle Alemania, para aparcar su automóvil.
No es un caso aislado. Una decena de sufridos buscaaparcamiento se apostan con sus coches en un recoveco al comienzo de la citada avenida. Permanecen allí hasta que alguno de los residentes en la zona deja libre la plaza ocupada desde la noche anterior.
Una espera solidaria
«A veces le espero un poco», «a veces me espera un poco», aseguran ambos. Si Cristina se retrasa más de la cuenta, sabe que será dificil encontrar un hueco y se verá obligada a deambular por los alrededores del centro histórico. «Tal vez en aquel solar, quizá detrás de esa esquina. ¡Pfff...!, hay un vado»: son algunas de las frases que pasan por su cabeza.
Otros se ven forzados a soluciones más costosas. «Algunos compañeros se han comprado o alquilado un aparcamiento cerca del trabajo, aunque a veces tampoco es fácil encontrar parking cerca del trabajo», cuenta Juan Manuel Blanco, otro currito que tiene que salir una hora antes de su casa para pugnar por un hueco junto a las aceras, aunque suele coger el bus. Visto lo visto, y dado que en algunas nóminas aparece plus por transporte, quizá debería incorporarse otra pequeña ayudita para aparcamiento.
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