La consideración del hombre como género neutro parece que no es una norma en los ensayos clínicos, ya que la presencia de las mujeres en estas pruebas es casi testimonial, entre un 20 y un 30%, insuficiente para poder localizar el abanico de efectos secundarios de un nuevo medicamento.

Según explica María Rosario López, bioestadista de la Universidad Autónoma de Madrid, en unas declaraciones publicadas en La Razón, "esta práctica generalizada en casi todos los laboratorios impide disponer de información precisa e imprescindible para asegurar la verdadera efectividad de un medicamento".

Quizás el ejemplo más claro sea el del ácido acetilsalicílico, componente principal de la famosa aspirina, que aunque se ha demostrado su eficacia en la prevención de enfermedades cardiovasculares, se encontraron evidencias en estudios posteriores que señalaron que sólo era efectivo en individuos del género masculino, ya que en las mujeres esto no sucedía por diferentes problemas hormonales.

Una práctica que viene de lejos

Es difícil saber desde cuando se está produciendo estos ensayos 'sesgados', algunos expertos apuntan a principios del siglo XX. Lo que si se sabe son los factores que influyen claramente en esta práctica:

- La discriminación que ha sufrido la mujer en la sociedad, mucho más acusada según vayamos hacia atrás en el tiempo.

- La complejidad del cuerpo femenino, para los investigadores el mejor diseño de estudio corresponde a uno que sea simple y que tenga la mínima cantidad de variables posibles. El cuerpo de un varón es más fácil de analizar, ya que sus hormonas no varían continuamente.

- La protección, ya que si se incluye en las pruebas médicas a mujeres en edad de gestación, puede tener consecuencias fatales para una futura maternidad e incluso sobre el feto.

Aunque la necesidad de una mayor presencia de las mujeres en las investigaciones, casi nadie la pone en duda, el excesivo proteccionismo de la comunidad científica ha podido dañar en lugar de preservar la integridad y la buena salud de las mujeres.