Pasado y presente se dan la mano a través de la Ruta de la Seda

La mítica Samarkanda.
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Cuando hablamos de globalización, pensamos en la inmediatez de los contactos internacionales de la actualidad, en el peso de las multinacionales en los mercados transnacionales o en el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Pero la globalización y las fuerzas que la impulsan, como el comercio o los intercambios culturales, tienen una dilatada historia.

Durante el primer milenio de nuestra era, los contactos directos e indirectos entre civilizaciones que estaban localizadas a lo largo de 15.000 kilómetros de distancia fueron posibles gracias a la principal artería de comunicación de este período, es decir, la Ruta de la Seda. Esta vía comercial, pero también diplomática e intercultural, unió por primera vez la región de Asia oriental, no sólo con Asia Central, sino también con las muy alejadas ciudades del Mediterráneo.

Alrededor del año 1000, las caravanas de mercaderes que unían los dos extremos de la ruta protagonizaron un cambio trascendental respecto a los, mucho más limitados, contactos de los siglos anteriores. La Ruta de la Seda permitía cubrir la demanda existente en las ciudades Europeas de especies, artesanías, sedas u otros textiles provenientes de Asia Central, China, Japón o el Sudeste Asiático.

Pero no era sólo un flujo de mercaderías. Al todavía limitado movimiento de personas, se unía el intercambio lingüístico, filosófico, religioso, político... capaz de influir en las comunidades receptoras de las ciudades que cubría la ruta, como las cosmopolitas ciudades de Venecia, Bagdad, Samarcanda, Dunhuang, Changan o Nagasaki, entre otros ejemplos.

A los contactos terrestres, se unieron nuevas rutas marítimas, especialmente una vez el continente americano fue incorporado al sistema de contactos euroasiáticos y, también, las rutas transoceánicas que en su conjunto circunnavegaban el globo se consolidaron a lo largo de los siglos XVI y XVII.

Este proceso fue el inicio de una nueva fase de la globalización que permitió el contacto de prácticamente todas las grandes civilizaciones del momento, como la Europa de los Habsburgo, el Imperio Mogol o la China Ming, y la expansión global del comercio de nuevos alimentos, del movimiento de personas en forma de migraciones o de las nuevas tecnologías de navegación.

En esta fase de la globalización, las rutas transnacionales se multiplicaron y la Ruta de la Seda perdió parte de su preeminencia. Un proceso que culminaría con la aplicación de los avances de la Revolución Industrial en la economía, el transporte y las comunicaciones, así como la expansión de otras fuerzas disruptivas del momento como el imperialismo, el colonialismo o las ideas revolucionarias, que se impondrían durante el siglo XIX y hasta la Segunda Guerra Mundial.

En la actualidad, una vez el mundo bipolar de la postguerra dio paso a una nueva realidad política multipolar, cuando la integración de las economías nacionales en la economía global es más evidente y mientras las barreras del espacio y el tiempo tienden a cero con las nuevas tecnologías de la información, se constata que nos encontramos en una nueva fase de la globalización, en la que la Ruta de la Seda se consolida como una vía de comunicación y de cooperación económica, cultural y social, de enorme trascendencia.

Gracias a la misma, Euroasia reemerge en el siglo XXI basándose en el bagaje socioeconómico acumulado de Europa y la fuerza del crecimiento económico de Asia. Por ejemplo, ocho de las principales diez potencias económicas del mundo en términos de PIB se encuentran en esta macroregión.

El aprovechamiento de las oportunidades que ofrece la nueva Ruta de la Seda será una de las claves de este siglo, no sólo para los numerosos países por los que transita, sino también para aquellas ciudades que sean capaces de tejer sus propias relaciones internacionales.

Unas relaciones ajustadas a los nuevos tiempos, que no sólo deben estar protagonizadas por las instituciones, sino también por las empresas, las universidades y, sobre todo, la sociedad civil. Ésta es la fórmula para que las ciudades europeas sean capaces de afrontar el reto de aprovechar las ventajas de la internacionalización hacia Asia a través de la Ruta de la Seda.

*Guillermo Martínez Taberner es profesor de la Universitat Pompeu Fabra.

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