Julia Margaret Cameron, 200 años de la dama de los retratos difuminados por la espiritualidad

  • Celebran el bicentenario de la gran fotógrafa inglesa, la mujer con complejo de 'patito feo' que empezó a retratar a los 48 años con una cámara que le regaló su hija.
  • Indiferente con la técnica, quería que las imágenes 'respirasen vida' y consideraba que los retratos debían contener 'la voz y la memoria de las personas'.
  • El V&A y el  Museo de la Ciencia de Londres exponen dos nutridas antologías y está en marcha una campaña para que la artista aparezca en el nuevo billete de 20 libras.
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867
© Victoria and Albert Museum, London
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867

Tanto en el retrato al óleo pintado por George Frederic Watts cuando era una joven venteañera como en la foto que le tomó su cuñado algunas décadas más tarde, la mirada de Julia Margaret Cameron (1815-1879) no parece estar a gusto e intenta esquivar la situación, quiere escapar. Era una mujer melancólica y acomplejada: creció como un patito feo entre dos hermanas sumamente bellas y populares, se casó con un jurista veinte años mayor que ella y, aunque frecuentaba a los escritores e intelectuales más luminosos de su tiempo, no se sentía digna de ser creativa.

La mejor de las fotógrafas inglesas de la historia no hizo ninguna foto durante los primeros 48 años de vida. Ahora, cuando se celebra el bicentenario de su nacimiento —en Calcuta (India), hija de un oficial del ejército colonial británico y una dama francesa, a su vez hija de un noble que fue amante de María Antonieta—, aquella larga espera parece un prólogo incluso necesario. Quizá la mujer de la mirada huidiza necesitó tiempo para soñar previamente los retratos que nos regalaría con el tiempo.

'Quizá te haga compañía'

El regalo de la cámara, acompañada de una nota manuscrita e indulgente de la hija —"podrás divertirte con ella, madre, y quizá te haga compañía cuando llegue el frío"—, fue el detonante que el genio artístico de Cameron merecía. Hasta su muerte, tras una gripe mal curada, a los 63 años y mientras estaba en Ceilán (actual Sri Lanka), no se separó de los artilugios fotográficos ni dejó de usarlos a diario. Tras varios días de tanteos con la cámra regalada anotó entusiasmada en el reverso de una fot0 de la hija de unos amigos: "¡mi primer éxito!".

Se convirtió en la retratista más reclamada de Inglaterra —en los diarios del escritor Thomas Carlyle puede encontrarse una referencia que dice: "día libre, ¡va a retratarme la señora Cameron!"—, en una pionera en un tiempo en que solo los hombres tenían acceso al arte fotográfico y en una influencia notable para los movimientos esteticistas británicos, sobre todo los prerrafaelitas, que tomaron buena nota del alto grado de espiritualidad liberadora con que mostraba a sus modelos, idealizadas como diosas helénicas y difuminadas como apariciones fantásticas.

Cámpaña cívica

El bicentenario del nacimiento de Cameron se celebra por todo lo alto en el país, donde incluso han organizado una campaña cívica para que la cara de la artista aparezca en el nuevo billete de 20 libras esterlinas. En Londres coinciden dos exposiciones. El Museo Victoria y Alberto (V&A) inaugura en la fecha exacta de la efeméride, el 28 de noviembre, la exposición Julia Margaret Cameron, con un centenar de piezas de la rica colección de la pinacoteca. Estará en cartel hasta el 21 de febrero.

La segunda tiene lugar en el Museo de la Ciencia hasta el 28 de marzo de 2016. Julia Margaret Cameron: Influence and Intimacy (Influencia e intimidad) incluye las 94 imágenes que la fotógrafa seleccionó en persona en 1864 como regalo para su amigo y mentor, el astrónomo John Herschel, que le ayudaba con problemas y dudas sobre óptica. Las obras, conocidas como Herschel Album, estuvieron a punto de ser subastadas al extranjero en 1975 y fueron el primer producto fotográfico adquirido por el Estado.

Aunque es conocida por el poder de sugestión de sus estudiados retratos de artistas —posaron para ella, entre otros, Charles Darwin, Alfred Lord Tennyson, Robert Browning, John Everett Millais y Edward Burne-Jones—, Cameron también hizo fotos a amigos y familiares que acudían de visita a Dimbola, la casa de la isla de Wight en la que residía y cuyo gallinero adaptó como laboratorio y cuarto obscuro para revelar.

El jardín de 'Dimbola' será restaurado

En la apacible tranquilidad de la mansión —el jardín, tantas veces usado como plató natural, será restaurado como parte de los actos del bicentenario—, Cameron dejaba volar la imaginación y componía escenas fantásticas, alegóricas, históricas, mítológicas, artúricas e incluso bíblicas —la figura de la madonna le fascinaba y la repitió una vez y otra, al igual que las ninfas y otros habitantes del inframundo mágico—. Jugaba a la fantasía como ningún otro fotógrafo de su tiempo y quizá esa libertad explique en parte por qué fue condenada por algunos contemporáneos, que la consideraban una artesana descuidada.

Sus críticos decían que no dominaba la técnica porque no le importaba demasiado que las fotos estuviesen enfocadas o fuera de foco o mostrasen escasa riqueza de detalles (prefería que "respirasen vida", decía). A Cameron, que era muy famosa entre el público, le importaban poco las rencillas académicas. Para ella la cámara era un objeto sagrado —"desde el primer momento he manejado mi objetivo con un ardor tierno"— y la comparaba a un "ser vivo" que le permitía "hacer retratos con la voz y la memoria de las personas".

'Era una innovadora'

Los organizadores de la antología del V&A opinan que aquellos comentarios malintencionados ni siquiera tenían sentido, porque Cameron estaba "muy segura" de lo que pretendía y tenía una "confianza plena" en su capacidad para retratar el espíritu de sus modelos. "Era una innovadora que usaba intencionalmente el fuera de foco y a menudo los arañazos, manchas y otras huellas del proceso de revelado. Lo convencional no era lo suyo", explican.

Aunque los retratos de foco suave y largas exposiciones —de ahí la falta de definición— fueron muy celebrados en los ambientes intelectuales, las fotos de Cameron sólo alcanzaron verdadera resonancia entre los críticos como experimentos pioneros con el paso de las décadas: los pictorialistas la consideraban su inspiradora.

La otrora patito feo, por su parte, vivió feliz y sustituyó la mirada esquiva del pasado por unos ojos cegados por el ardor de la luz. "Mis únicas aspiraciones", escribió en una carta a su amigo el astrónomo Herschel, "son ennoblecer la fotografía y asegurarme de que alcance el carácter de un arte noble".

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