Palavea crece, pero lo hace en silencio, como queriendo esconder la convivencia de sus tres realidades. La parte visible, la que le da su imagen –con las viviendas sindicales, la Fábrica de Armas y Alcampo–, envuelve al heterogéneo conjunto de las casas de piedra del pueblo viejo y las modernas edificaciones, protagonistas de su rejuvenecimiento.

Un boom urbanístico que no ha corrido en paralelo al de equipamientos. «En tres años se han construido 200 viviendas nuevas, pero aquí se urbaniza sin ordenación», explica José López, al pie de un bloque de pisos a la venta. «La gente viene aquí porque un apartamento le sale a mitad de precio que en A Coruña, pero los accesos no son buenos», señala López.

El año de las reformas

Los 2.000 habitantes de Palavea parecen tener de todo y a dos pasos. La autopista, la avenida Alfonso Molina, una gran superficie comercial, centro cívico, parada de taxis y bus directo al centro. Pero mientras los nuevos residentes disfrutan de la tranquilidad de un lugar alejado de la urbe, los vecinos de toda la vida han visto cómo las viviendas obreras de Santa Cristina y Santa Gema veían pasar los años «sin apenas atención», comenta Marisa Álvarez, sentada en la plaza del centro cívico.

Esta demanda será paliada pronto, según parece, tras anunciar el Ayuntamiento la reforma del mercado municipal, además de la construcción de 200 viviendas protegidas. Un síntoma de que Palavea crece, aunque su naturaleza cambia. Ahora es una zona residencial más, mientras a su lado languidece una forma de vida obrera que ha sufrido tantos vaivenes como la Fábrica de Armas que la vio crecer.