Ahora, sin embargo, el futuro del barrio bilbaíno de Santa Ana, o de una parte de él, pende de un hilo, del fino trazado que defina el proyecto de accesos a la capital por Basurto. Ese boceto dirá, de forma definitiva, las casas, casi todas unifamiliares, que deben derribarse para que una carretera acceda, justo al lado, hasta San Mamés.
Y la de Ángel Mari, casi con toda seguridad, será una de ellas. A cambio, pide una casa similar en los terrenos anexos de la antigua fábrica de Krug, propiedad, ahora, del Gobierno vasco.
La incertidumbre, por ello, invade a los 56 vecinos del barrio, unidos en una pequeña gran familia para pedir soluciones. «Confiamos en las instituciones; dicen que nos van a ayudar», afirma Jose.
Las casas, con tres plantas de 50 m2 cada una, además de un camarote, son «para envidiar», reconoce. Ya hubo un proyecto para reconstruir el barrio en esos terrenos, pero se desechó.
Sociedad de casas baratas
La de Santa Ana es una de las muchas sociedades cooperativas que los obreros construyeron en Vizcaya a principios del siglo pasado. La de Santa Ana, en 1932.
Esteban, funcionario jubilado, es la memoria histórica del barrio. «Se llama cooperativa de casas baratas; costaron algo más de 11.000 de las antiguas pesetas y las diseñó el arquitecto Gorostiza», dice. Ahora su precio es un pequeño enigma. «Te tiene que gustar vivir aquí», asegura.
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