La poética de los itinerarios

En Semana Santa reaparecen calles de Málaga que durante el resto del año permanecen olvidadas.
La Semana Santa obstruye las arterias principales de la ciudad y a cambio recupera otras que el resto del año son invisibles para los viandantes (Martín Mesa).
La Semana Santa obstruye las arterias principales de la ciudad y a cambio recupera otras que el resto del año son invisibles para los viandantes (Martín Mesa).
La Semana Santa obstruye las arterias principales de la ciudad y a cambio recupera otras que el resto del año son invisibles para los viandantes (Martín Mesa).
La Semana Santa obstruye las arterias principales de la ciudad (las sillas de pago son una forma de colesterol), y a cambio recupera otras que el resto del año son invisibles para los viandantes. Las calles Peña, Mariblanca, Frailes, Aguas, Ancha del Carmen, Dos Aceras, Amargura, se encabalgan como una retahíla lírica en los itinerarios de las procesiones. Los programas de mano que esclavizan al público cofrade obligan a veces a tomar atajos para llegar de la salida de La Pasión al Cautivo en el Puente de la Aurora. Y entonces aparecen otras calles casi borradas del centro de la ciudad; aquellas por las que no pasa nada susceptible de ser exhibido, pero que sirven de atajo para cruzar una Málaga colapsada por gente, sillas, tronos y tenderetes.El Muro de las Catalinas y su continuación hacia el sur, la calle Arco de la Cabeza, son de ésas que los más avezados escogen para cortar camino. Ambas discurren paralelas al arco de lo que fue la muralla árabe, que hoy, para entendernos, es calle Carreterías (por cierto, qué añoranza de las ristras de sillas y sillones que bajaban los vecinos para las procesiones). El Muro de las Catalinas arranca de enfrente de la iglesia de San Julián y discurre junto a la antigua tapia de un convento, pero pese a su origen pío siempre tuvo mala reputación. Un día cualquiera, a las cinco de la tarde, las vecinas reposan en sillas en la casapuerta y charlan de sus cosas, y el ambiente es tan íntimo que casi da cosa atravesarla, interrumpirlas. En Semana Santa la calle no es de nadie, o vuelve a ser de todos, pero no la miramos: la violentamos. En Arco de la Cabeza apenas hay casas. En un gran muro, alguien  estampó unas palabras del poeta Kavafis: «No hallarás otra tierra ni otra mar. La ciudad irá en ti siempre». Las leo y me erizo, consciente de haber llegado al magma de esta ciudad que, detrás de todos sus disfraces, es siempre una, única.

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