Son el disparo, el golpe, la pegada necesaria para permanecer en pie y con los sentidos alerta y como tal se anuncian ("atrévete a probar una lata de la bebida más extrema del planeta", dicen los spots de Monster; "es apreciado en todo el mundo por los mejores atletas, estudiantes y en las profesiones altamente exigentes", añaden los de Red Bull). Entre ambas empresas, líderes de un sector en alza tan meteórica como la velocidad biológica que prometen sus mejunjes, facturan casi 15.000 millones de dólares al año, unos 11.000 millones de euros.

Situadas en los lindes de la legalidad —una de las variedades más consumidas por los adolescentes, el Mega Monster, equivale a tomarse a la vez veinte cafés esspreso— y asociadas en los EE UU con al menos cinco muertes por sobredosis de cafeína en los últimos tres años, las energy drinks se han convertido gracias a campañas publicitarias de apoyo a deportes extremos, conciertos de trash y heavy y patrocinio de deportistas de élite (por ejemplo Jorge Lorenzo y Valentino Rossi) en un anzuelo en el que es difícil no picar cuando deseas prolongar hasta el infinito una larga noche de juerga y despertar otra vez, renacer.

El inglés Stephen Gill (Bristol, 1971), un defensor de la fotografía entendida como trabajo manual y ajena a la fácil (y falsa) perfección de los píxeles por pulgada y la alta definición proporcionada por un chip, ha decidido dar a las bebidas energéticas una oportunidad como agentes del proceso. En su nuevo libro, Best Before End (referencia a la nota de caducidad de las etiquetas de los productos, Consumir preferentemente antes de), presenta fotos analógicas en cuyo procesado químico utilizó bebidas energéticas.

El volumen [72 páginas con 43 fotos en color y un PVP de 44 libras esterlinas] está, como todos los de Gill, autoeditado por su propia empresa, Nobody. Contiene, además de las imágenes, un texto del escritor y periodista destroyer Will Self (1961), autor de la desternillante novela Grandes simios (1997) y colaborador habitual del diario The Guardian, donde acaba de firmar un artículo admitiendo que es un adicto a las bebidas energéticas.

Para Best Before End Gill usó película negativa en color que empapó, antes o durante el revelado, con la aplicación con pincel, pulverizaciones o baños de bebidas energéticas compradas en la misma zona, el este de Londres, donde tomó las fotografías. Las imágenes —rotas, distorsionadas, convertidas en paisajes que parecen fractales de luces vivas e inexplicables— quizá sean, aunque el artista no pretendió tal cosa, uno de los mejores retratos clínicos de la forma de visión alterada que provoca en el consumidor la ingesta de unos preparados que sólo se pueden entender desde la querencia por el speed y la cuerda floja.

Según los los estándares de la FDA, la agencia estadounidense que legisla sobre medicamentos y paramedicamentos, los fabricantes han sobrepasado los límites: las bebidas con cafeína no pueden tener más de 71 miligramos en una dosis de 12 onzas (0,35 litros) y las bebidas energéticas tienen entre 100 y 300 miligramos en una lata clásica de 8 (0,23). Los familiares de afectados por el consumo irracional de las bebidas se han asociado en la organización Caffeine Informer contra el abuso de la cafeína, presente junto con el aminoácido taurina y el guaraná (una planta con más cafeína que el café), en casi todas las decenas de compuestos a la venta. Han colgado en su web de una calculadora online para saber los gramos de cualquier tipo de energy drink que serían mortales según un peso corporal dado.

Gill precisa que sus fotos no tienen intención moralizante o de advertencia. Al contrario, se trata de trasladar a las imágenes la "intensidad de la vida interior" de una macrociudad contemporánea, cuyo frenesí es una puerta de entrada al mundo de los estimulantes externos. El artista dejó que las bebidas tuviesen una "presencia física" en las imágenes al ablandar los negativos y permitir que fuesen estirados manualmente, esparciendo los líquidos sobre los papeles fotográficos durante el revelado y mediante otros "cambios manuales". El resultado es entre psicodélico, caótico, visonario y psicótico.

Self es menos distante en su texto en el libro.  "El cansancio puede matar (...) Dormiré cuando me muera, pero todo sueño es el sueño de la razón y necesitamos disponer de todo nuestro ingenio durante ese sueño en un mundo acelerado que demanda decisiones en una fracción de segundo para cerrar un negocio millonario, pedir la próxima pizza o bajar la siguiente app", señala el escritor antes de confirmar su fe en las bebidas energéticas, que producen "un campo de energía gaseoso (...), un sueño despierto" al que debemos estar agradecidos.

Las "bellas imágenes" de Gill, añade Self, capturan el "extraño estado acuoso del ser, a la vez dulce y amargo" al que te llevan los preparados energizantes. Parafraseando a Alfred Jarry, el padre fundador de la patafísica, Self dice que la vida de hoy es como "una carrera de bicicletas cuesta abajo patrocinada por una bebida energética en la que todos los pilotos tienen la cabeza roja del Minotauro".