Llega a Madrid el culto esteticista de la pintura victoriana a la mujer soñadora, lasciva, malvada...

  • El Thyssen presenta una exposición sobre los esteticistas ingleses del siglo XIX, fascinados con el cuerpo femenino y su simbolismo.
  • "Alma‐Tadema y la pintura victoriana" reúne obras de Burne-Jones, Leighton, Rossetti y, sobre todo, de Lawrence Alma-Tadema, el gran 'bon vivant' de su época.
  • Escenas suntuosas, ensueños, mitos artúricos, placeres sensuales, deseo y misterio eran las constantes del espíritu del grupo de artistas victorianos.
Óleo de Alma-Tadema
Óleo de Alma-Tadema
© Colección Pérez Simón, México
Óleo de Alma-Tadema

Les tocó vivir en una época rígida y acartonada, la comprendida entre los reinados de Victoria (1837‐1901) y de su hijo Eduardo (1901‐1910), un tiempo de prosperidad gracias a la revolución industrial y las nuevas fronteras para la ciencia, pero también con grandes zonas obscuras —la explotación infántil, el esclavismo de los obreros, los abusos de la justicia, la inmensa brecha social, el primer serial-killer del que tengamos noticia, Jack el Destripador...—. Los 63 años de la época victoriana en Inglaterra, luminosos y temibles, fueron también un tiempo de renovación cultural, sobre todo en la pintura.

Quizá como respuesta a las sombras de la época o acaso porque se trataba de un movimiento de desentendidos nacidos entre los adinerados, nobles y de clase alta, los esteticistas (Aesthetic Movement, les llaman los ingleses) —pintores, pero también escritores como Oscar Wilde— promovieron la devoción por la hermosura, el exotismo y los mitos clásicos o artúricos. Los pintores del movimiento gozaron de gran fama en su tiempo, pero fueron olvidados durante casi un siglo por los museos y galerías, al ser considerados vulgarizantes y de temática fácil. Sólo mediado el siglo XX lograron un trato justo.

Colección del multimillonario Pérez Simón

Una selección primorosa de obras plásticas de la época se muestra ahora en el Museo Thyssen de Madrid como exposición temporal: Alma‐Tadema y la pintura victoriana, del 25 de junio al 5 de octubre, es una selección de la colección personal del multimillonario Juan Antonio Pérez Simón, nacido en Asturias y cofundador del lobby mexicano Carso, con empresas en sectores como la construcción, energía, automotriz, telecomunicaciones, química, minería...

La exposición, que estuvo en París y Roma y viajará a Londres tras la parada madrileña, muestra como el movimiento esteticista, surgido desde el prerrafaelismo, que se había enfrentado a mediados del siglo XIX a la repetición de los cánones de la belleza clásica renacentista, cultivó esta misma idea pero decidió enfrentarse frontalmente con el moralismo victoriano proponiendo un regreso a la antigüedad clásica, con frecuentes referencias a temas medievales, griegos y romanos, y, sobre todo, rindiendo culto a la belleza femenina y al cuerpo de la mujer, presentada como soñadora, lasciva, malvada, pensativa, enamorada o bondadosa.

El pintor 'marmolilloso'

El mayor número de obras de la muestra (13) son de Lawrence Alma-Tadema (1836-1912), el gran bon vivant del movimiento. Nacido en Holanda e hijo de un notario que le dejó la vida resuelta con una asignación generosa, vivió en Inglaterra, fue nombrado caballero por la Reina Victoria y gozó apasionadamente del vino, el sexo y las fiestas. Era un hombre de gran tamaño y gordura y nunca pasaba desapercibido.

Sus cuadros, de una viveza especial —le llamaban the marbelous painter (el pintor marmolilloso) para referirse a la manera maravillosa en que emulaba en pintura las superficies de mármol—, fueron tan vibrantes como Las rosas de Heliogábalo, una de las joyas de la exposición, donde plasmó la depravación sensual del emperador romano Heliogábalo con una escena coral en la que llueven pétalos de rosa sobre un grupo de mujeres desnudas que bailan para el monarca y sus secuaces, comiendo, en segundo plano, mientras observan con lascivia a las chicas.

Andrómeda desnuda esperando al monstruo

La muestra del Thyssen no se queda en este referente. Hay cuadros icónicos de Frederic Leighton, un prerraelista que terminó en el esteticismo, como Muchachas griegas recogiendo guijarros a la orilla del mar, donde tres jóvenes con túnicas al viento componen una escena idílica; de Leighton; Andrómeda, donde la muchacha desnuda espera que venga a raptarla el monstruo marino Ceto, de Edward Poynter, y La bola de cristal, donde John William Waterhouse enmarca a la protagonista, una estilizada mujer con un vestido carmesí, en un arco de línea circular de tono renacentista.

La selección de las obras permiten apreciar cómo el arte británico del siglo XIX siguió un modelo diferente al del resto de Europa. Londres era entonces una destacada capital cultural con una creciente actividad de coleccionistas y marchantes que animaba el mercado del arte. Entre 1860 y 1880 se vivió en la ciudad un renacimiento, cuando los artistas empezaron a reflexionar sobre su propia práctica artística.

La Academia y las galerías

En esta época, además, la Royal Academy of Arts de Londres se encontraba en un momento de apogeo. Dirigida primero por Leighton (1878‐1896), brevemente por John Everett Millais y finalmente por Poynter (1896‐1917), celebraba dos exposiciones al año, una en verano y otra en invierno. Para la primera, un comité seleccionaba las obras presentadas por los artistas, que tenían la oportunidad de mostrar sus creaciones más recientes y promocionarse profesionalmente; la segunda se organizaba con obras prestadas directamente por sus propietarios.

Frente a la hegemonía de la Royal Academy y a su sistema de selección basado en supuestos conservadores, los esteticistas secundaron movimientos de apertura encabezados por artistas más individualistas, como James McNeill Whistler y Edward Burne‐Jones, que encontraron nuevos espacios para exponer, como las nacientes Grosvenor Gallery y su sucesora, la New Gallery. Durante la segunda mitad del siglo XIX aparecieron también los primeros grandes marchantes profesionales londinenses, que abrieron sucursales en las ciudades donde florecían las fortunas derivadas de la revolución industrial, sobre todo Liverpool, Manchester y Birmingham.

Con sus escenas suntuosas, ensueños, referencias a los mitos artúricos, los placeres sensuales, el deseo y el misterio, los esteticistas fueron muy bien recibidos por los capitostes empresariales del Reino Unido, que encontraban electrizante la propuesta del movimiento. Muchos de los cuadros que se exponen en el Thyssen sigueron esta ruta antes de ser adquiridos durante el siglo XX por el millonario Pérez Simón.

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