En 1937, el Ayuntamiento encargó al arquitecto Fernando Guerrero Strachan un proyecto para ajardinar la ladera por la que descendía la muralla sur, donde en tiempos existió una entrada a la ciudad llamada Puerta Oscura. Ignoro el porqué del nombre, pero a Strachan le inspiró «un jardín de altura, de tradición árabe y oriental, donde la luz, el aire, el sonido, el aroma y el paisaje de fondo sean elementos de traza», según escribió en la memoria del proyecto.
Puerta Oscura es uno de los rincones más remotos de la ciudad, aunque esté en pleno centro. De día apenas lo recorren unos cuantos turistas extasiados que atribuyen el mérito del umbrío vergel a nuestros antepasados andalusíes. Tampoco saben los turistas hasta qué punto La Alcazaba actual es una recreación. Vivimos en la tiranía de la imagen y creemos que todo lo que vemos es realmente lo que parece. En Puerta Oscura, los setos aromáticos, los árboles de sombra, las enredaderas floridas, las fuentes y bancos invitan a quedarse colgado en el no-tiempo, aunque sea irreal. De noche, por lo que fabulan quienes nunca transitan el jardín a esas horas, Puerta Oscura recupera lo tenebroso de su nombre, y aventurarse por sus senderos es ir al encuentro de emociones peligrosas. Tal vez sólo entonces el jardín se vuelve puerta. Un pasadizo que da al lado oscuro, a lo que existe aunque no lo veamos.
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