Loli Fuentes Fernández: Una rosa en un desierto

  • Loli Fuentes Fernández. 29 años. Estaba preparando un viaje a una casa rural de Teruel con su pandilla de amigos de Móstoles y quería irse a vivir con su novio. Murió mientras esperaba el tren en la estación de Atocha, a las 7:39 del 11-M.
  • “Tu amistad ha sido un valioso tesoro que guardaremos dentro de nosotros”, sus amigos.
Loli Fuentes.
Loli Fuentes.
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Loli Fuentes.

Todos confluyen en la misma palabra para hablar de Loli Fuentes Fernández (29 años): sonrisa. Si un solo término puede explicar una vida, el de esta mujer sencilla y honesta quizá sea de los más placenteros. Vivía con la sonrisa plantada en la cara y el corazón: con una sonrisa hacía frente a los sinsabores y con la misma sonrisa recibía los dones diarios.

Sus amigos de Móstoles, donde vivía, han escrito una carta para intentar dibujar a Loli. “Para ella la vida era todo un universo pendiente de descubrir, un dulce néctar que había que saborear poco a poco. Aquél que conocía a Loli, no podía evitar quedar hipnotizado desde el primer momento por la frescura de sus 29 años; por aquellos ojos tiernos y dulces, siempre abiertos a las sorpresas de cada día con la ilusión de un niño; por aquella sonrisa perenne en sus labios, con la que afrontaba cada nuevo día”. La muerte de Loli ha enmudecido a sus padres y sus dos hermanos –era la mediana–, que viven, como explican los amigos, “en el vacío y la incredulidad”.

El novio de la chica, Óscar Tejedor (32), ha optado por la terapia de trabajar y trabajar para eludir la tristeza con la actividad.

–Cuando estoy parado lo llevo muy mal. He decidido darme palizas de curre para pensar poco –explica este transportista que salía con Loli desde hace más de tes años. Unas semanas antes de los atentados, Óscar tuvo que ser internado en un hospital para una operación de un quiste renal.

Loli, más preocupada que él mismo, confesó a las amigas, entre lágrimas, que la vida no tendría sentido sin su chico, al que estaba preparando una sorpresa: llevarle de visita a Ávila, ciudad que no conocía. Para anunciarle el regalo, preparó un montaje fotográfico con imágenes de las murallas romanas al que añadió un lema: “ya que no puedo regalarte las murallas, te llevaré a verlas”.

Había estudiado enfermería. La vocación de entrega a los demás que la había empujado hacia esa especialidad sufrió un desencanto cuando se empleó en una residencia geriátrica. No le gustó lo que vio en el lugar, el modo deshumanizado en que trataban a los ancianos y dejó el puesto. Ahora trabajaba como administrativa.

La pandilla de amigos echa en falta la armonía que Loli lograba con su fidelidad y compromiso, “con esa alegría que te contagiaba y te hacía olvidar los pequeños problemas de cada día. Porque ella era así: una ventana abierta a la ilusión, ese hombro en el que desahogar tus penas, sabiendo que te iba a ayudar a ver la luz detrás de la niebla, esa amiga con quien te apetece compartir los buenos momentos, porque siempre ha estado a tu lado en los malos”.

Al novio también le salpicó con el agua fresca de su carácter. Cuando se le pide que resuma en una sola frase lo que aprendió de Loli, Óscar no lo duda: “sonríe y sigue”. –Yo era bastante grosero y bruto cuando la conocí. Loli me apaciguó, me enseñó a ser buena persona. Nos queríamos cada vez más y ella era como mi rosa en un desierto.

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