Francisco Javier Rodríguez y Jorge Rodríguez: Pasión por Marruecos

  • Francisco Javier Rodríguez Sánchez y Jorge Rodríguez Casanova. Padre e hijo. Uno iba su trabajo a la Confederación de Cajas de Ahorro, el otro a estudiar Formación Profesional. Siempre viajaban juntos. Murieron en el tren que explotó en Santa Eugenia a las 7:42 del 11-M.
  • “Pido el exilio para el indigno y traidor Aznar, quiero se vaya de mi país”, Maribel, viuda.
Francisco Javier Rodríguez Sánchez y Jorge Rodríguez Casanova.
Francisco Javier Rodríguez Sánchez y Jorge Rodríguez Casanova.
20minutos
Francisco Javier Rodríguez Sánchez y Jorge Rodríguez Casanova.

Orientaba los espejos de casa siguiendo las reglas del Feng Shui, la disciplina china sobre los campos de energía en las construcciones. Practicaba rafting y barranquismo. Era un sindicalista bregado, pero un osito de peluche a la hora de pedir mimos. Leía con voracidad, pero, en caso de exilio, sólo se llevaría una Biblia (“me gustaría conocer al redactor”).

Preparaba la mejor sopa de cebolla del corredor del Henares. Los matices de Francisco Javier Rodríguez Sánchez (52 años) eran amplios como su amado Tajo, en cuyo curso alto practicaba piragüismo. Quería tanto al río que viajó a Lisboa con el único propósito de ver cómo se entregaba al océano. Su familia esparcirá ahora sus cenizas en esas aguas, en una ceremonia que será idéntica a la vida que llevó Francisco Javier: una fiesta.

–“Siéntate y disfruta del momento”, eso me recomendaba cuando me veía agobiada. Añoro nuestros desayunos de los fines de semanas, duraban tres horas, hablábamos de todo –dice Maribel Ruíz (44).

Se conocieron hace siete años, un 11 de marzo, en un curso sobre salud laboral, la disciplina en la que era experto Francisco Javier. Vivían en Alcalá de Henares con el pequeño Diego (5) y dos de los hijos del primer matrimonio de él –la cuarta hija, Carolina (28), vive con su madre –. El mayor, Javier, cumplía 29 años el 11-M. El segundo, Jorge Rodríguez Casanova (22), murió ese día. Padre e hijo iban juntos a Madrid porque sus trayectos y horarios coincidían. El primero trabajaba desde hace tres décadas en la Confederación de Cajas de Ahorro y el chico estudiaba un grado superior de Formación Profesional en electrónica y mantenimiento de empresas.

–Me los imagino claramente en el tren. Mi marido leyendo con su hijo apoyado en el hombro –dice Maribel, también, como su marido, dirigente ugetista en el Henares. Sólo una enfermedad padecía Francisco Javier: la búsqueda casi obsesiva del bienestar para sus hijos.

A Javier le apoyaba sin fisuras. El chaval había pasado un mal trago en diciembre, cuando sufrió una severa infección pulmonar, y ahora había levantado cabeza: salía con una chica y estaba muy ilusionado con los estudios. Al más chico, Diego, su padre le había enseñado que toda vida es sagrada. El pequeño, cuenta Maribel, sabe que no se debe matar ni a una hormiga y que las plantas también sienten. Lo que no entiende es por qué su papá no hace magia y regresa de una vez. Francisco Javier se había puesto muy pesado desde que Aznar y su Gobierno asociaron a España en la invasión de Irak. Estaba convencido de que iba a ocurrir “algo muy gordo”.

Lo decía con la autoridad de un apasionado por el mundo árabe y, en especial, por Marruecos, país al que adoraba y donde su abuelo militar murió en la guerra del Rif. Decía que a Marruecos no se le termina de adorar nunca y, cada vez que podía, hacía una escapada con los críos. La próxima estaba prevista para septiembre.

–He encontrado, entre sus notas, muchos proverbios árabes. Uno de ellos dice: “incluso los perros tienen derecho a sábanas limpias” –dice Maribel.

Sólo había una cosa que a Francisco Javier no le gustaba de Marruecos:

–Decía que la gente es muy vengativa.

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