Susana Ballesteros: La alianza dorada de Juan

  • Susana Ballesteros Ibarra. 43 años. Interventora de banco, exigente y vital. Había reservado casa rural en Navarra para pasar este verano con su marido y sus dos hijos. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “Es más necesario un filósofo que un psicólogo para enfrentarte a esto. No hay medicinas para las heridas del corazón”, Juan, su viudo.
Susana y Juan se conocían desde los 15 años. El lunes siguiente a los atentados, él se incoporó al instituto donde da clases de Filosofía. Necesitaba compartir sentimientos con sus alumnos.
Susana y Juan se conocían desde los 15 años. El lunes siguiente a los atentados, él se incoporó al instituto donde da clases de Filosofía. Necesitaba compartir sentimientos con sus alumnos.
20 minutos
Susana y Juan se conocían desde los 15 años. El lunes siguiente a los atentados, él se incoporó al instituto donde da clases de Filosofía. Necesitaba compartir sentimientos con sus alumnos.

Café y Ducados, ambos negros. De afuera, del porche, llega el más vital de los barullos: adolescentes en crecimiento. Juan Cordero (43 años) habla en voz baja y cierra varias veces la puerta de la cafetería del instituto Luis Braille, en Coslada. El primer día lectivo tras el 11-M, el instinto le dijo que debía hacer lo que lleva haciendo los últimos quince años, enseñar Filosofía, Ética y Psicología a sus alumnos de Secundaria y Bachillerato. Juan no ignora que existen milagros químicos contra la depresión, pero no quiere pastillas. Mientras dice que las heridas del corazón no se curan con medicamentos, no deja de juguetear con la alianza dorada que lleva en el dedo, el símbolo de su matrimonio con Susana Ballesteros Ibarra (42), muerta en uno de los trenes.

–La vida está rota, los esquemas se han caído y uno está desnudo ante las cosas. Lo único que te queda es la intuición. La forma de ser de Juan ha cambiado con esta avalancha de sentimientos a flor de piel. Es como si estuviese acercándose a Susana, más emotiva y visceral que él, menos argumentativa, más, en suma, “humana”, una palabra que tiene un alcance hondo en la boca de un profesor de Filosofía.

–Era muy humana en todos los sentidos, con virtudes muy notables, como el apasionamiento, la vitalidad y la entrega a los demás. Pero también sus puntos sensibles la hacían humana. A veces tenía que luchar contra sí misma. Su sombra era la inseguridad, percibir que los demás no te entienden o te malinterpretan, que se quedan en los gestos no saben ver el buen fondo.

Susana, una mujer guapa y fotogénica (“enseñaba a posar a su hermana gemela, Melania, que siempre salía peor en las fotos”), peleaba, como todos, para ser aceptada y comprendida. Trabajaba como interventora en un banco, la sacaban de quicio el machismo y la violencia contra las mujeres y estaba sensibilizada con los problemas sociales: cotizaba a Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, Greenpeace y Aldeas Infantiles.

Se habían conocido en pleno pavo, a los 15, en un veraneo segoviano. Susana, cuya capacidad de entrega y cariño era más notable, fue a por Juan desde el primer momento, pero él, dubitativo, la hizo esperar ocho años. Tras el noviazgo y el matrimonio, en 1989, tuvieron dos hijos, Sofía (11) y Javier (6). Aunque ninguno era un nostálgico del pasado, ahora que los chicos estaban más crecidos, querían recuperar el cine, el teatro y los paseos. Han sido los niños quienes han demostrado, otra vez, que pueden ser los padres del hombre.

–Se supone que son los débiles, como niños que son, que se han quedado huérfanos, pero ha sido sorprendente e inesperado como se enfrentan a la dureza de la vida, que sigan jugando, que sigan siendo niños... Desde el primer momento han estado más preocupados por mí que por ellos mismos o por su madre. Habituado a discutir la visceralidad de algunos de sus alumnos, que proponen la pena de muerte, Juan sabe ahora, porque los profesores también reciben lecciones, que “somos humanos para lo grande y para lo miserable” y que la piedra filosofal está dentro del pecho.

–Este renacer de la sensibilidad... Siento que me muevo más por el corazón, que las palabras son insuficientes. Todo lo que ha pasado es una lección para los filósofos: es reconfortante saber que la gente, en lugar de apostar por el odio, ha sacado la humanidad de dentro para estrechar los lazos–dice mientras sigue tocando, casi amarrado, una alianza dorada.

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