Óscar Abril Alegre: El chico que no podía perder una hora

  • Óscar Abril Alegre. 19 años, estudiante en el INEF. Le gustaba preparar tartas de chocolate según la receta de su abuela. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  •  “Ha pagado el pueblo inocente por la decisión de ciertos políticos de llevarnos a la guerra”, Beatriz Abril, su hermana.
Óscar, en el centro, con un grupo de amigos. La segunda por la derecha es su hermana, Beatriz. A su lado está Jana, la novia de Óscar, que viajaba con él en el tren.SC
Óscar, en el centro, con un grupo de amigos. La segunda por la derecha es su hermana, Beatriz. A su lado está Jana, la novia de Óscar, que viajaba con él en el tren.SC
20MINUTOS.ES
Óscar, en el centro, con un grupo de amigos. La segunda por la derecha es su hermana, Beatriz. A su lado está Jana, la novia de Óscar, que viajaba con él en el tren.SC

Cuando era un niño, Óscar Abril Alegre pedía a sus padres:

–Sacadme de casa, ¿no veis que me pongo nervioso?

Los padres, Jesús y Maribel, tenían una buena solución para aquellos brotes de velocidad. Llevaban a los dos hermanos, Óscar y Beatriz, al aeropuerto de Barajas y los dejaban correr en sentido contrario por las cintas mecánicas hasta que los vigilantes, cansados de aquellos dos balas, los echaban de allí. Óscar (19 años) no cambió de actitud con la edad.

Vivía con premura por comerse el mundo, como un niño con urgencia por aprovechar el recreo hasta el último eco del timbre.

–Estar quieto una hora era perder una hora, así era Óscar, dice su amigo Fran (21), novio de Beatriz (21), la hermana que se ha convertido en hija única tras el 11-M.

Óscar estudiaba segundo curso en el Instituto Nacional de Educación Física. Quería ser profesor, como su padre, o monitor de esquí en alguna estación de montaña. Tenía, según sus colegas de Coslada, una escala de prioridades “nada complicada”. Por este orden: carrera, novia, familia y amigos. Un muchacho feliz.

–Y un ganador que hacía bien todo lo que hacía. Sólo era posible ganarle al futbolín. Y no siempre, apunta Fran. Viajaba en el tren en cuyo interior explotaron tres bombas antes de llegar a Atocha. Iba con su novia Jana (18), a la que había conocido –algunos encuentros tienen color de luna de miel– en una semana blanca. En el el Cercanías, como siempre, iban dando el cante por culpa de Óscar, que lanzaba a la chica mordiscos de fiera hambrienta, de los que ella se defendía dándole golpes con el diario (por cierto, el “20 Minutos”). La muerte los sorprendió en medio de ese juego.

Cuando Jana despertó en el suelo del vagón, creyendo que salía del fondo del mar, vio a Óscar tumbado a su lado y lo supo todo. La chica sigue en un hospital, recuperándose de un traumatismo pulmonar y daños en la espalda, sabiendo que su novio murió, pero no que fue uno entre más de doscientos. Beatriz iba cada mañana con ellos en el mismo tren (con cara de yo a ése no lo conozco por las monerías del hermano), pero aquel día quedó con una amiga para bajar a Madrid en coche un poco más tarde.

Ahora llora con facilidad, comparte la sensación de incredulidad que ha convertido el área metropolitana madrileña en una especie de enorme templo silencioso y saca conclusiones de los “19 años de buenos recuerdos” que le dejó Óscar:

–Yo siempre he sido muy de tener todo planeado, pero voy cambiar. Mi hermano me enseñó que hay que aprovechar el momento y lo que tienes, porque lo puedes perder cuando menos te lo esperas. Los veinte amigos del núcleo duro, los que cada verano se reunían en la patria chica paterna, en Alfambra (Teruel), también han aprendido.

Dani (19), que juega en las categorías inferiores del Real Madrid, baja al local que compartían en la plaza Mayor de Coslada, y recuerda a Óscar con la “sonrisa siempre puesta”, incapaz de “nada malo”. El chico con prisa por vivir, amigo de la música dance, el tenis, la bicicleta de montaña, el fútbol, el mus y cualquier otra cosa que le ayudase a saborear el tiempo como si se tratase de una golosina había echo un examen pocos días antes del jueves fatal.

Cuando ya había sido enterrado, uno de sus profesores llamó a casa para dar a la familia la nota. La calificación, ocho, era la tercera mejor de clase. La asignatura no podía ser otra tratándose del muchacho que no podía perder una hora: Bases Neurológicas del Movimiento.

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