Liliana Acero: "Una suerte muy mala"

  • Liliana Guillermina Acero Ushiña. 23 años, nacida en Quito (Ecuador). Su cadáver fue identificado por el ADN de su cepillo de dientes. Murió en el tren que explotó en Atocha las 7:39 del 11-M.
  • “Era tan feliz en todo que a veces sentía envidia al verla”, Carlos Álvaro, su primo.
Liliana Acero.
Liliana Acero.
20minutos
Liliana Acero.

La noche antes de morir, a Liliana Guillermina Acero Ushiña (26 años) se le cruzó en el camino el merodeador negro de la tristeza.

En Occidente le llamaríamos depresión, pero los inmigrantes no tienen derecho a ciertas palabras. Tampoco. Liliana lo sobrellevaba sin bajas médicas, sin levantar la voz, sin entrar en la estadística de los hundidos.

Su tristeza era de carácter espacial, un desacomodo de sentirse en el lugar incorrecto. No lograba armar el rompecabezas madrileño; la estancia en el paraíso español, que no era tan dorado como parecía desde allá lejos, se alargaba más de la cuenta, y, sobre todo, echaba en falta a mamá Mercedes, que vive en la ciudad más bella de Sudamérica, Quito, donde la luz es tan clara que el mundo parece de harina. Durante la noche del 10 de marzo, atacada por la nostalgia invencible de los andinos y tranquila porque sólo los suyos la escuchaban, Liliana confesó:

La mía es una suerte muy mala. No quería estar aquí, no se acostumbraba.

El año y medio transcurrido desde la llegada –no debemos resultar tan buenos anfitriones según quien sea el invitado– le parecía un siglo y el afán inicial, ahorrar para levantar una casa en la capital de Ecuador, ya no le bastaba como atadura. Vivía para regresar pero el regreso se le iba de las manos, alejándose como se alejan los trenes cuando arrancan, no demasiado rápido pero sí con constancia. Sólo tenía un trabajo de media jornada y la plata no alcanzaba para estar a la altura del sueño. Su primo y mejor amigo, Carlos Álvaro Ushiña (23), padece ahora la misma enfermedad: un apremio que no concuerda con el temple sereno de los ecuatorianos.

Se echa las manos al pelo lacio y se las cruza ante la cara, huyendo de mostrarse. Tampoco él quiere seguir en España. La “suerte muy mala” de su ‘Chiquita’, como la llamaba, ha prendido en este empleado de empresa cerrajera que viste ropa Nike mal clonada y conserva lamparones de pintura antioxidante sobre la piel. –Creo que voy a volver... Es que ya me siento solo, con un vacío intenso porque se fue un pedazo de mí. Esto parece una pesadilla que siempre va a continuar. El domingo 7 de marzo habían estado de paseo en la Casa de Campo. Se vieron con amigos y familiares e hicieron fotos sin saber que tendrían el valor documental de ser las últimas.

El lunes comenzó otra semana, idéntica a todas las semanas: Liliana salía temprano del barrio de Entrevías para limpiar en casa de una mujer biológicamente igual a ella a la cual, porque el lenguaje es la primera aduana, debía dirigirse como “mi señora”. Ese día no hubo lugar. A Liliana la mató la primera bomba del 11-M. Carlos Álvaro es ahora quien siente que todo está perdido.

En unos días repatriarán el cadáver de Liliana Guillermina, que no fue identificado por los forenses hasta cinco días después de los atentados, y él ya no tendrá quien le acompañe a comprar zapatos nuevos, quien le vea jugar al fútbol, quien le enseñe a sobrevivir sonriendo. Se tensa para cerrar el paso a las lágrimas: –Mujer como ella no hay en el mundo.

Era buena, amable y sencilla. Nunca la vi triste y todos los momentos que pasamos juntos no saldrán de mí, vivirán conmigo. La ‘Chiquita’ deja en España tres hermanos, una sobrina de seis años a la que contaba cuentos cada noche, un cuñado y a su primo Carlos Álvaro, al que a veces empujaba a la iglesia, porque, le decía, “te van a salir cuernos, como al diablo”. Habían quedado en verse pronto otra vez. Ella quería tocar con las manos la nieve, que en Quito sólo veía en la lejana cumbre volcánica del Guagua Pichincha. Señalaron la cita para el día 14, el domingo que nunca existió.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento