«Al cruzar la esquina es lo peor. Sé que mis compañeros están ahí, que van a venir, que me van a insultar, que me van a pegar y que yo no podré hacer nada». Acaba de salir del instituto. Va camino a casa. Por el quiebro de la calle sale un coche de la Policía. Le miran, asienten. El augurio de la esquina se cumple despiadadamente unos metros adelante. Le insultan, le pegan.
Sandra es la cara visible y magullada del 3,7% de los escolares vascos de Secundaria que sufren acoso escolar, según el Gobierno . El equipo de expertos en Educación Cisneros, eleva el porcentaje al 25,6%.
Un día, una compañera le empujó y cayó escaleras abajo. Cuando llegó al descansillo tenía una muñeca rota y un alivio: «Ahora mis profesores verán lo que me hacen».
No. «¡Hombre... nadie le habla... pero tanto como para ser acoso escolar...!», contestó su tutor cuando el psicólogo que atiende a Sandra fuera del centro le increpó por no tomar medidas contra el acoso.
Todo comenzó cuando Sandra defendió el curso pasado a un compañero acosado. Entonces, era la capitana del equipo de basket. Este chaval cambió de instituto y los palos se dirigieron a ella.
El motor del escarnio son tres alumnas. Han logrado poner en contra a toda la clase. «Un día me tiraron un borrador. Tres puntos en la ceja y dijeron que fue sin querer. Me pusieron una venda y desde eso me llaman la burka».
La Policía ha visto el acoso. Sabe que quizá algún día tendrá que salir precipitadamente del coche. Sandra no se atreve a contarlo en casa. «No quiero ir al insti». Al despertar hoy, lunes. empieza su pesadilla.
El día a día de Sandra
Llamada de auxilio.- «Creo que sufro eso que llaman bullying». Sandra encontró un teléfono de ayuda al menor en una revista adolescente. Cuando llamó ni siquiera sabía si era víctima. Desde entonces, un equipo de psicólogos sigue su caso. Es su única luz. Está completamente sola.
En casa no lo saben.- Sandra no se atreve a contarlo en casa. Sus padres pasan por un mal momento. Tiene miedo a que ellos se sientan culpables por lo que le pasa. «Me he caído patinando», dice cuando le ven con la muñeca rota.
Terror en el recreo.- Ella no se despega de los cuidadores de patio que vigilan a todos.. Aunque ignoran su problema, sólo bajo su vista se libra del linchamiento. Le han llegado a arrastrar a una esquina ciega para pegarle. Así, está absolutamente aislada; ni juegos, ni cumples, ni amigos...
Policía impotente.- La Policía Local le sigue de incógnito y, a veces de uniforme, y le ha dado un móvil para emergencias. Pero poco puede hacer para ayudarle. No pueden intervenir, por mucho que vean insultos y zarandeos callejeros. Sólo están para evitar males de extrema gravedad (palizas...).
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