La foto en 1960 en las calles de París del delincuente de poca monta y mucho encanto Michel (Jean Paul Belmondo) —manos en los bolsillos, cigarrillo sin filtro en la comisura de los labios, sombrero convenientemente ladeado...— y la esplendorosa estudiante estadounidense Patricia (Jean Seberg) —repartidora del New York Herald Tribune, black slacks, corte de pelo a lo garçon...— es una de las imágenes más poderosas del siglo XX.

No sólo sintetizó una de las películas más importantes de la historia, la revolucionaria, Al final de la escapada, con la que el director Jean-Luc Godard dinamitó la manera de hacer y producir cine y demostró que con poco dinero y modales guerrilleros era posible contar historias tanto o más vivas que las narradas con enormes presupuestos y medios, sino que se convirtió en una de esas fotos que se abren y desdoblan múltiples veces y emocionan tanto que siguen en nuestros días poblando como pósters las paredes de todos quienes alguna vez soñamos con la libertad en su expresión más plena.

La foto, una de esas pocas que merecen llevar aparejado con justicia el adjetivo icónico, la hizo un tipo que tenía entonces 40 años, se había consolidado como un profesional efectivo y de fiar pero no había alcanzado la gloria que merecía su obra. Raymond Cauchetier (París, 1920), que se convertiría en el responsable de la foto fija de casi todas las obras maestras de la nouvelle vague francesa —además de Al final de la escapada, trabajó en Jules y Jim (François Truffaut, 1962), Landrú (Claude Chabrol) y otra treintena de títulos— y en uno de los mejores reporteros del país.

¿Por qué no está incluido Cauchetier entre los ilustres cuando se establecen nóminas de fotógrafos franceses? Hay dos razones primarias que explican la  parcialidad. La primera, la individualista libertad con que el fotógrafo se tomaba siempre su trabajo, retratando sólo aquello que le parecía personalmente pertinente o que le llegaba al alma. "Puedo decir que he pasado buena parte de mi vida haciendo fotos de lo que me gusta, sin preocuparme de la rentabilidad inmediata del trabajo, lo cual fue muy negligente de mi parte. Pero no tengo queja: he vivido libremente y eso no tiene precio", acaba de declarar el fotógrafo, que tiene 94 años.

La segunda razón es que el reportero nunca quiso saber nada de mafias: en los años cincuenta, tras regresar de Indochina con uno de los primeros reportajes en profundidad de una zona que estaba a punto de explotar en pedazos (Vietnam, Laos, Camboya), el padrino casi dictatorial de la agencia Magnum, Henri Cartier-Bresson, invitó a Cauchetier a entrar en la plantilla, pero le advirtió que debía abandonar la cámara Rolleiflex que siempre había usado, porque Magnum estaba apadrinada por Leica, que obligaba a todos los reporteros de la casa a usar máquinas de esta marca. "No vi razón alguna para desprenderme de la Rolleiflex que tantas alegrías me había dado, así que supongo que debo ser el mienbro más fugaz de la historia de Magnum", dice.

El injustificado olvido de este gran fotógrafo va a ser reparado con la exposición Flashback sur Raymond Cauchetier (Retrospectiva de Raymond Cauchetier), la muestra central de la edición de este año del Salon de la Photo de París, que se celebra entre el 7 y el 11 de noviembre en el recinto de Paris Expo de la Puerta de Versalles. Es la primera muestra cronológica y de gran alcance sobre la obra de Cauchetier que se organiza en Francia y mostrará 150 obras, muchas de ellas inéditas hasta ahora.

La selección que se desvelará en la ciudad natal del fotógrafo incluye piezas de sus primeros trabajos, datados a principios de los cincuenta, cuando, con treinta y pocos años, servía como soldado del ejército colonial francés en Vietnam. Aunque nunca había tenido experiencia como fotógrafo, Cauchetier se atrevió a hacerse con el encargo de sus superiores, que deseaban documentar la vida diaria de las unidades militares. Fue mucho más allá: además de hacer fotos en Vietnam, recorrió también Laos y Camboya antes de que los tres países fueran escenario de una guerra larga y cruel.

De regreso a Francia, colaboró con la nueva generación de cineastas, que no siempre entendieron la manera de moverse del fotógrafo, que prefería plantear los rodajes com0 reportajes y no solventar el trabajo con los típicos posados que se hacían cuando las cámaras dejaban de rodar. Los centenares de imágenes de Al final de la escapada, por ejemplo, fueron almacenados por la productora y no se supo nada de ellos hasta cincuenta años después.

En 1967 fue contratado por Norodom Sihanouk, entonces rey de Camboya, para que elaborase un álbum sobre la vida y los paisajes del país. El fotógrafo hizo más de tres mil negativos, que entregó al monarca para que los guardase en el bien refrigerado palacio real. Cuando los jemeres rojos tomaron el poder en 1975 quemaron todas las fotos durante el asalto a la sede del poder. Sólo sobreviovió una colección inmensa de los por entonces ajenos a turistas templos de Angkor.

El último proyecto en el que ha trabajado este apasionado de la imagen es un inventario de escultura religiosa románica europea, al que dedicó veinte años y durante el cual fotografió desde humildes capillas a grandiosas catedrales.