En la fachada sur de la plaza se abría la Puerta de Granada, dando paso a la calle del mismo nombre, y por allí entraron los Reyes Católicos en 1487, cuando tomaron la ciudad.

Antes de ser la plaza donde nació Picasso, la Merced fue mercado, foro público y hasta escenario para las disputas de las órdenes religiosas instaladas en sus cercanías (las batallas de campanas para ganar feligresía llegaron a ser tan excesivas a finales del siglo xviii que el Obispado tuvo que poner orden para devolver la paz a los vecinos, históricamente perseguidos por problemas de ruido).

A principios del XIX, la plaza se convirtió en escenario de batallas contra el absolutismo político. El exitoso alzamiento de Riego y, años más tarde, el dramático intento de Torrijos por derrocar a Fernando VII empezaron y terminaron respectivamente, en la plaza de la Merced.

Torrijos y varios  de sus hombres están enterrados bajo el obelisco que se alza en el centro, sometido recientemente a una restauración que realza su carácter funerario, pero donde se lee una frase que podría estimular a malagueños y malagueñas de todo pelaje: «En vista de este ejemplo, ciudadanos, antes morir que consentir tiranos».

Tal vez el espíritu de Torrijos no ha abandonado la plaza, y por eso, pese a los desvelos de la autoridad, que la quiere reducir a escenario temporal de eventos regulados y económicamente rentables (se ha llevado el botellón al paseo de los Curas para cumplir la ley que impide beber alcohol en la calle), la Merced sigue siendo el escenario preferido para cualquier acto expresivo o expansivo de la ciudadanía (además, desde hace unos meses, aleluya, es casi accesible en silla de ruedas) y un mal lugar para dormir a pierna suelta por las noches.